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Cuento. Auxiliar de PerroBot

El Raffles tenía un buen pasado que recordar. Fue el consentido de Don Ramiro, un viejito rico con el que trabó una amistad a primera olida desde que el señor metió los dedos en su jaula en la tienda de animales

Cuento. Auxiliar de PerroBot
29/05/2022 |11:30
Redacción Querétaro
RedactorVer perfil

Definitivamente los perros son la especie puente entre el mundo animal y la raza humana. Siempre me he preguntado cómo son vistos por los demás animales, si en caso extremo son considerados como una especie traidora al reino animal por su radical inclinación por los humanos que llega hasta la devoción, no siempre correspondida pero que aporta un caso tal vez único de complicidad entre especies en la historia natural pues mientras en otros casos de colaboración las especies conservan su propia idiosincrasia,  considero que definitivamente  los perros, sin dejar de serlo, se han humanizado en  treinta y tres mil años de amistad, sin que podamos decir que una ardilla ni en esa cantidad de años o en más aún se hubiera podido conejizar o algo así.

Damos por hecho que los perros piensan y recuerdan, aunque no tengamos una idea exacta de qué tanto o cómo lo hacen. Nos consta que son animales territoriales, es decir, están  diseñados para apropiarse de un espacio que comparten con un grupo en que colaboran bajo un estricto sistema de jerarquía  que es el tamiz por el cual se representan todo lo referente al mundo, pues están programados para funcionar en modo manada, cuya cumbre la ocupa siempre un macho alfa y el último lugar normalmente el miembro que más recientemente se ha incorporado al grupo.

Aunque ciertamente podemos hablar de perros que no saben que son perros sino  que viven con la convicción de que son personas, normalmente más bien el perro  decodifica en modo manada el ambiente en el que vive; la gente cree ingenuamente que el chucho se siente parte de la familia, mientras que ya se trate de Firulais o   Laika saben que viven ocupando su lugar dentro de la estricta jerarquía de una manada conformada por entes tanto de dos como de cuatro patas y que en este  caso, que los humanos llaman familia, el macho o la macha alfa será indefectiblemente un o una dos patas…

Damos por hecho que los perros piensan y recuerdan, aunque no nos conste exactamente cómo lo hacen. En cualquier caso, no controlar todo del otro es un ingrediente primordial de las buenas relaciones; lo que sí sabemos de ellos es que sienten y viven con intensidad canina todo lo que se refiere a su relación con los humanos.

El Raffles tenía un buen pasado que recordar. Fue nada menos que el perrito consentido de Don Ramiro, un viejito rico con el que trabó una amistad a primera olida desde que el señor metió los dedos en el entramado de la jaula de la tienda de animales donde quien se convertiría en el Raffles eligió a su amo acercándose para reconocerlo. Y el flechazo (¿o deberíamos decir huesazo?) entre el dos y el cuatro patas hubiera durado más de tres años si no se hubiera entrometido la avanzada edad de Don Ramiro que redujo a sólo ese lapso una vida de perro que ya hubieran deseado muchos amos.

Don Ramiro era el patriarca de una familia ampliada muy hipócritamente interesada en él por su dinero como de ésas que aparecen en las telenovelas, y ya sabemos de qué cuando  la vida real se parece a las telenovelas es porque algo anda pero muy requete mal. Total, que el Raffles fue uno de los muy pocos cariños sinceros que su fortuna le permitió a Don Ramiro, y mientras él vivió nadie se atrevió a tocar para mal al Raffles, quien olió y vibró todo lo que pudo lo malo de ese ambiente, pero lo que no pudo fue hacer nada para remediarlo. Con lo que sí se dio gusto fue al subirse a las piernas de Don Ramiro en las sobremesas dominicales e ir perfeccionando cada vez más la mirada de satisfacción displicente con que se dignaba recorrer con sinceridad perruna a la hipócrita concurrencia humana sintiéndose a fondo el number one en la 
consideración y atenciones del corazón y las preferencias (y sí que lo era) de nada menos que el mero mero petatero, el gran jefe tribal, el macho alfa de esa manada, lo que convertía al Raffles, literalmente en macho beta y su fiel compañero de 
confianza.

¿Su sincera actitud de macho beta fue demasiado insufrible y lo volvió un peludo objeto de venganza de los otros miembros de esa manada malcriada de dos patas a la partida de Don Ramiro? Lo cierto es que el día en que Don Ramiro estaba inusualmente frío y no respondió a sus habituales hocicazos mañaneros, y además olía muy raro, Raffles no entendía por qué esas sensaciones le recordaban por el olor y lo frío a las carnes que él alcanzaba a detectar en la cocina, y no tuvo tiempo de averiguar nada más ni nadie lo ayudó para nada a vivir su duelo canino. Qué esperanzas de que se hubiera podido convertir en trending topic en YouTube participando del sepelio en primera fila o convirtiéndose en el clásico perro que no se separa de la tumba de su amo.

Pero no y para nada. Inmediatamente y de muy mala manera lo arrojaron volando hacia en medio de un patio trasero con lo cual medio se torció al caer una pata trasera, después fueron tres días de dormir por primera vez en su vida a la intemperie, entrenamiento que le sirvió para lo que le vendría después, así como que apenas algo le dieron de agua y comida. A los tres días alcanzó a percibir un olor muy raro: era como una combinación de ese polvito muy fino que lo hacía estornudar y que dejaba Don Ramiro en platos cuando echaba humo por la boca; sí olía parecido a eso combinado con el olor del mismo Don Ramiro. Y cumplieron su función el amor y su intuición animales esa noche aunque a nadie le importara: el Raffles  gimió su pena culminando con varios aullidos que le salieron de lo más profundo de su corazón de lobo domesticado para despedida, homenaje y tributo a su macho alfa.

Mal había amanecido y otra vez sin miramiento alguno a su jerarquía, un miembro muy inferior de dos patas de su manada mixta lo metió a empujones de la peor manera en un coche pasando totalmente por alto el ritual con que Don Ramiro acababa por persuadirlo de subir al auto. En esta ocasión apenas si alcanzó a meter la última de sus patas y la puerta cerró con la violencia precisa de una guillotina; fue llevado en el piso del coche sin permitirle asomarse a la ventana ni mucho menos sacar su puntiagudo hocico con la lengua de fuera en medio de su sonrisa de perro y entrecerrando los ojos, como tanto les gustaba a él y a su amo que lo hiciera. Después de un largo trayecto que pareció hecho para marearlo y aturdirlo, con la misma violencia con que fue metido, así lo bajaron del carro: con un fuerte empujón, como si se tratara de torcerle la cola. Apenas sintió en sus patas lo frío del pavimento el coche dio un portazo y arrancó para no volver a verlo nunca más. No sabía bien qué pasaba ni mucho menos donde estaba. Sólo le quedaba claro que no se trataba de la casa ni la calle ni el parque a que estaba acostumbrado.

No tuvo mucho tiempo ni para empezar a medio orientarse e intentar regresar a su casa; estaba en una carretera en medio de un bosque y enfrente de una reja.

Aunque no sabemos cómo los perros piensan o recuerdan, sí podemos estar seguros de que no leen nuestros signos como nosotros, pero eso no quita que a su manera los interpretan de otro modo. El caso es que en la reja había un letrero con un logo muy trend: SISTEMAS CIBERNÉTICOS PRAXIS. Lo que ni el Raffles ni la gran mayoría de los dos patas que pasaran por ahí sabían, era que tal nombre era una clave para reconocer otras siglas, las verdaderas del proyecto que se desarrollaba tras esas rejas: SMART CITIES PROJECT.

Apenas le dió tiempo al Raffles de darse una sacudida como si estuviera mojado para entrar en enjundia canina y enfrentar la situación, cuando ya estaba recibiendo de la reja otro empujón, si bien harto más comedido que con los que lo subieron y bajaron del coche. Emprendiendo la marcha para salvar la reja la encontró abierta y a un dos patas que parecía amistoso y lo invitaba a entrar. El Raffles no había tenido tiempode desarrollar con malas experiencias la cautela animal que debería haber tenido, así que apelando a su confianza de perro de casa rica, entró sin acabarse de dar cuenta de en dónde y en lo que se había metido, y la reja se cerró.

Fue entonces cuando el instinto afloró y rasguñó la reja en intento y mensaje de que lo dejaran salir, pero la reja ya no se abrió. Nunca más. No al menos para él.Allí se encontró con una manada peculiar donde la mayoría eran dos patas, además había otros que eran como del tamaño de los dos patas pero no olían igual que ellos y aunque no eran coches se deslizaban sobre el piso como si lo fueran, sobre ruedas. Casi todos los dos patas andaban cubiertos de blanco en la parte de arriba, excepto esas cosas de tamaño humano y de forma algo parecida, pero con rueditas.

Mas no todos andaban en dos patas o deslizándose como coches sin serlo. había otra cosa extraña que se movía sobre cuatro patas, se la pasaba haciendo como si oliera todo pero esa cosa en sí misma no olía a perro sino más bien a algo parecido a lo que huelen las pantallas luminosas que los dos patas se la pasan viendo; ladraba, pero en un idioma incomprensible y con los días el raffles alcanzó a notar que los dos patas lo trataban como si fuera un perro.  Al principio cuando se encontraban el Raffles y esa cosa, nuestro peludo protagonista ponía su cabeza en diagonal, justo como hacen los perros cuando parecen tratar de entender algo que ciertamente no  entienden, y esa cosa lo imitaba, lo cual intrigaba aún más al Raffles, con lo cual pasaron más días hasta que el Raffles notó que siempre que se encontraba con el cuatro patas misterioso  uno o más de los dos patas, más o menos de lejos, sin estorbarles, los observaban y no pocas veces dirigían hacia ellos los cuadritos esos  que el Raffles desde que se acordaba había visto casi siempre en las manos humanas  y que su añorado Don Ramiro se ponía junto a la cara para hablar a veces por mucho rato.

Una vez que creyó ganar confianza con el cuatro patas misterioso y viéndolo más o menos de su forje, intentó darse un quién vive a ver si podía redefinir el lugar de los dos en la manada, con la intención desde luego de quedar él por encima. Pero unos muy extraños ruidos que hizo la cosa ésa, así como una oportuna enseñada de dientes metálicos seguida de una mordida que por casi nada lo alcanza y  qué le recordó cuando antojado veía cortar la carne con los cuchillos de la cocina, bastó para convencerlo de que, al menos por ahora, a la jerarquía en esa manada era mejor dejarla como estaba.

Una vez aclarado ese asunto, su atención se dirigió a todo lo diferenteque encontraba cada día en ese lugar si lo comparaba con lo que había podido conocer hasta entonces. Muchas cosas, casi todo lo que en casa de Don Ramiro le quedaba claro que las hacía un dos patas, aquí se hacían aparentemente solas o sin que los dos patas o esas cosas que se deslizaban en el piso tocaran nada: accionaban casi todo sólo emitiendo sonidos, o acercando un ojo a una parte de la puerta que iban a abrir o a la cosa con que iban a hacer algo. El Raffles conocía muy bien el papel  pues con papel le encantaba jugar en casa de don Ramiro deshaciéndolo de lo lindo con dientes y uñas mientras volaba en el aire como los pájaros que raramente pudo alcanzar. El papel, que resultaba más divertido conforme más prohibido lo tuviera o más se asustaran los miembros humanos de la manada de Don Ramiro por lo que él había hecho; ese papel tan divertido allá no aparecía por ningún lado acá, ni su olor siquiera.

Otra rareza era que todo lo que se comían él y todos allí, olía como si nunca lo hubieran tocado manos humanas; era perro, pero a su manera se daba perfecta cuenta de todo lo extraño de ese lugar que había acabado por resultarle fascinante; por lo demás mal no lo trataban, si bien lo que se dice amor, no lo había podido sentir ni oler ni oír ni vivir en forma alguna desde que ya no estuvo don Ramiro.

Y menos lo hubiera sentido si hubiera podido ver y entender lo que decía su ficha de registro en la luz de una computadora que decía en la columna de ESPECIE: perro.

NOMBRE: Solovino. (por más que les ladró que se llamaba el Raffles no pudieron entenderlo). “CARACTERÍSTICAS: macho semipequeño edad aproximada tres 
años. y en la columna de FUNCIÓN: ayudante de PerroBot, en observación intensiva.

Y, sin que lo supiera, viviendo como en los cuentos, anda que te anda, pata de perro pero sin salir de ese como posmoderno Castillo encantado en versión 5 G, se topó un día y como no, con un misterioso lugar prohibido. Alcanzó a pasar por enfrente de una puerta y al medio asomarse vio algo que le recordó lejanamente el comedor dela mansión de Don Ramiro, sin darse cuenta que ya no la recordaba como su casa: había una gran mesa con muchos dos patas sentados a los lados y una gran pantalla luminosa con su clásico olor de lo que los dos patas sabemos que es plástico, metal,  cables, y circuitos; así como el calor vago y olor peculiar de eso que si se descuidaba le daba un trancazo de dolor que estallaba fuerte y repentino y lo hacía gemir de dolor y salir corriendo: experiencia que conocía y cuyo nombre ignoraba: la electricidad… pero no pudo ver ni oler más: fue empujado a quedarse afuera y la puerta fue cerrada.

Pasaron los días y el misterioso lugar no salía de su memoria de perro. Pero uno de esos días de repente se encontró frente a las puertas del salón misterioso ¡y estaban abiertas de par en par!  ¡y el salón solo! Si bien le dieron ganas de ponerse a brincar con cara de perro loco y la lengua de fuera como cuando Don Ramiro regresaba a su casa, la vida lo había vuelto pragmático. Dejó la fiesta para después y entró sigiloso, como sólo un perro puede adentrarse en el territorio de otra manada, y oliendo por aquí y por allá y viendo tanto como su visión miope y a blanco y negro le permitía., no dejando más señas que las absolutamente indispensables, se encontró justo abajo de la gran pantalla. Sin tiempo para desaprovechar tamaña oportunidad, con agilidad de perro joven de un salto certero se colocó frente al pie de la pantalla y entonces le sobrevino con el recuerdo una sensación muy especial: se sintió de nuevo como cuando se echaba en el regazo de Don Ramiro y de nuevo empezó a ensayar esa mirada displicente con que se dirigía ostentando su lugar privilegiado en la manada a todos los circunstantes; es más: perdió el miedo de que lo sorprendieran allí y ahora más bien quería que lo descubrieran en aquel lugar de privilegio: de nuevo ocupaba el sitio que le correspondía justo allí, echado en el regazo del macho alfa de ésa su nueva manada. Treinta y tres mil años después el instinto seguía cumpliendo su función y sigue indicándole a cualquier perro que se respeta donde se encuentra el liderazgo.