Ziruela Senderos, estudiante destacada de Química, había dado con la caja de Pandora oculta en el laboratorio para el que trabajaba. Un pequeño matraz era el contenedor de todo tipo de males que, combinados de la forma correcta, pasaron por el tubo de cristal para decantarse en uno de los pecados más concurridos por la humanidad.

Miró detenidamente el resultado de sus pesquisas experimentales, hasta que de las estrechas paredes transparentes comenzaron a brotar pequeños rasgos humanoides de color dorado opaco. Con el pasar de los días se formaron las manos y los piecitos perfectamente proporcionales con el torso. Por último, una cara grande, aunque un poco distorsionada y con una pequeña boca amorfa de la que se distinguían muecas horrorosas. En la frente, miles de piedrecitas semipreciosas de todos colores iluminaban el rostro, proyectando una luz intensa con la que cualquiera podía quedarse embobado.

Exaltada por tremenda creación, sacó delicadamente a la criatura resultado de sus experimentos, colocándola en una cajita perteneciente a pruebas médicas. Conforme pasaba el tiempo, la figura creció hasta tener el tamaño de un dedo índice similar al de un infante de tres años.

La primera palabra emitida por aquel ser fue “Ambición”, repitiéndola a diestra y siniestra sin importar el momento. Cuando lloraba (lo cual era recurrente), el rostro se llenaba de lágrimas en forma de brillantes monedas de oro, las cuales acumulaba bajo una pequeña caja de petri. En algún momento, la joven intentó llevarse el pequeño tesoro, pero este acto sólo enfureció al ejemplar, alejándola con agresivos comportamientos que incluían mordidas, arañazos y una larga sesión de chillidos que sobresaltaban al personal. Esto ocasionó que Ziruela fuera reportada con el jefe en varias ocasiones y ella a su vez ejercía el regaño que toda madre ofrece al hijo, sintiéndose culpable a los pocos minutos.

Así, la figurilla malcriada permaneció con Senderos por un largo periodo. Intentó enseñarle palabras distintas empezando por saludos cotidianos como hola y adiós. Sin embargo, aunado a su palabra favorita, se unió una nueva: herencia.

― ¡Herencia, herencia, herencia!—, repetía sin cesar.

Resultaba incómodo sentirse como un bien material. No sabía si era creadora de un gran avance científico o moneda de cambio para aquel ser a quien poco a poco fue tomándole cariño.

Pasaron los meses sin novedad aparente, hasta que un día, mientras escuchaba las noticias locales sobre el aumento del precio del dólar en el país, miró de reojo a la criatura percibiendo un pequeño crecimiento en volumen. Rápidamente fue hasta donde ella; realizó las pruebas correspondientes, llenó la hoja de control pertinente un poco atolondrada y concluyó hipotéticamente que si la bolsa de valores tenía una buena semana, los precios de las distintas monedas aumentaban y los inversionistas derrochaban, la pequeña “cosa” acrecentaba físicamente unos 0.5 milímetros al día. En caso de no existir novedades en el mundo de los negocios, Ava (como le decía de cariño) mantenía su peso y forma en equilibrio.

El tiempo seguía su cauce y Ziruela decidió llevar la investigación a otro nivel. Comenzó a derrochar dinero con el cuál no contaba y se endeudó hasta el cuello, todo "por el bien de la ciencia". Ava crecía ante los ojos desorbitados de la joven, probando una vez más sus conjeturas. Despilfarrar la mantenía sana.

En días sucesivos la bolsa cayó considerablemente, manteniéndose en picada. Senderos vio limitada su cartera, ya que todas sus cuentas se encontraban congeladas y apenas le alcanzaba para pagar la renta del mes. El refrigerador apenas contenía una pieza de lechuga, dos jitomates magullados y una lata de cerveza que era lo que más le consolaba. La criatura, en consecuencia, comenzó a vomitar bienes, capital y aumentos en mal estado, esparciéndolos sobre la mesita metálica como si se tratase de una escena del crimen.

Ava enfermó paulatinamente hasta que de su boca solo salieron obsesión, adicción y poder totalmente podridos. Las extremidades, hace tiempo proporcionales, ahora se achicaban a tamaños diversos, como un globo que se desinfla paulatinamente después de ser pinchado por un alfiler. La piel se llenó de hematomas y surcos, volviéndose más traslúcida al contacto con la luz.

Ziruela se consumió en trabajo arduo para salvar al pecado (y sus cuentas bancarias) sin lograr resultados positivos. Días enteros pasaba encerrada mezclando cualquier tipo de sustancia que la llevara a una cura. Intentó por otros medios. Vendió los muebles que le quedaban y algunas reliquias familiares buscando consumir (con lo recolectado) en productos vacuos, pero su ánimo estaba por los suelos, como sus bolsillos. El final era inminente. La pequeña Avaricia murió un día soleado, no se llevó ni las chanclas, ni las monedas apiladas y Ziruela Senderos fue despedida de su lugar de trabajo, llevando una pequeña cajita de petri entre sus manos.

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