—¿Qué raza son?
—Bichón maltés, son auténticos señor, vienen con certificado de pedigree.
—¿Crecen mucho?
—No, es una raza pequeña.
—Muy bien, queremos una hembra.
—Nos queda esta, el costo de las hembras es más elevado. Los machos cuestan $5 mil 500 y las hembras, $6 mil 500.
—Nos la llevamos, siempre hemos querido un perro de raza, porque la raza lo es todo.
Y así fue como me compraron. Recuerdo muy bien esa última frase, yo creo que la raza deja de tener importancia cuando creces. Tuve una familia de cuatro integrantes: el señor, la señora y dos niños. Me llamaron Morita.
El señor me presumía con sus visitas, “mira les compré esta perra a los niños, es de raza, me costó como ocho mil pesos”, decía mientras me agarraba del pellejito de mi espalda, ¿ocho mil pesos? A los humanos les gusta exagerar las cosas. El señor dejó de presumirme y los niños de jugar conmigo cuando comencé a crecer, “el cabrón que nos vendió a la perra nos engañó, ya está muy grande”. Ya no me llevaban de paseo, a veces no me daban de comer y yo ladraba porque tenía hambre: “callen a esa pinche perra, si no se calla amárrala afuera” y todos los gritos iban seguidos de patadas de los niños, escobazos de la señora o cubetazos de agua del señor. Dejé de ser Morita para volverme “la pinche perra”. El amor de los humanos es extraño, podían tenerme dos días amarrada en el cuarto de la lavadora y al tercero me sacaban llenándome de mimos efímeros, pues solo duraban un par de horas. Al final dormía junto a la lavadora casi todos los días en la oscuridad. Los niños cuando invitaban a sus amigos me sacaban de ahí para jugar conmigo, no me gustaban sus juegos porque me hacían daño y un día me harté de que me lastimaran y le gruñí a uno de los niños, quien me miró aterrado y salió corriendo. Me castigaron, el señor me pegó y me dejó en el cuarto de siempre sin comer. Un par de días después vi que juntaron todas mis cosas y las pusieron en la sala: el alimento, mis platos, unos juguetes que me compraron cuando era más pequeña: “ojalá sí se lleven a la pinche perra”, dijo la señora, ¿a dónde me iban a llevar? Tuve miedo y me escondí detrás de la lavadora. Tocaron el timbre.
—Hola buenas tardes, me dijeron que aquí está una perrita que ya no pueden cuidar.
—Sí, es un maltés, tiene un año, pero ya está muy grande y no cabe en la casa y pues la verdad ladra mucho, es muy inquieta, si quieres pasar a verla, la tenemos acá amarrada, se llama Morita, así le pusieron los niños, pero ya se aburrieron de ella.
Me asomé por curiosidad, no entendía qué pasaba, estaba una muchacha y cuando nuestras miradas coincidieron, me sonrió. Entró al cuarto de la lavadora.
—Ten cuidado con las cacas, no alcanzamos a limpiar, pensamos que vendrías más tarde —la muchacha no contestó, se agachó y me acarició la cabeza. “¡Hola Morita! Me llamo Regina, vámonos de aquí”. Su voz era dulce y se sentía bien estar con ella, salí de mi escondite y me cargó.
—¿Te la llevas?
—Sí —respondió Regina sin mirarlos, solo me miraba a mí.
—Ah pues aquí están sus cosas, sus juguetes, los platos, el carnet… —ella solo tomó la cartilla de vacunas.
—Llévate lo demás por si lo necesita.
—Ella no necesita nada de ustedes —dijo mientras salíamos de la casa, recuerdo que azotó la puerta.
Los niños salieron, ¿ya se la van a llevar? ¿nos podemos despedir?, vi que los niños se acercaron y no pude evitar temblar. Regina se dio cuenta y antes de que pudieran acercarse a mí, los detuvo mientras me ponía a salvo en su auto. “No se atrevan a tocarla, quítense de aquí”. Parece que a ella tampoco le gustan los niños. No podía dejar de verla, se dio cuenta de mi incertidumbre y detuvo el auto: Morita perdón por haberte sacado así, no quise asustarte, pero no quería que pasaras un minuto más ahí. A partir de hoy vas a vivir conmigo, nunca nadie te hará daño, nadie será malo contigo, ¿ok? Además, tendrás una hermanita, se llama Trapo, es una perrita como tú y ya nos espera en casa. Llegamos a su casa, me cargó y entramos a un jardín enorme, vi entonces una perrita color gris que se asomaba por la ventana. Entramos y Regina me presentó con Trapo, que brincaba a mi alrededor.
Tengo un año ya viviendo con Regina y Trapo. Me sigo llamando Morita, me gusta cómo suena mi nombre en su voz. La quiero mucho. He conocido de todo, restaurantes para perros, salas de juego para perros, ¡una vez asistimos al cumpleaños de un perro! Hoy Regina llegó con unos boletos de avión, habíamos visto aviones en el cielo Trapito y yo, pero no entendíamos ni cómo llegaban ahí, ni cómo es que llevaban personas. Supe que nos iríamos de viaje, pues Regina arregló nuestras maletas, “¡mañana nos vamos en avión!, van a viajar como perritos de compañía”. Cuando subimos al avión no podíamos creerlo, nos turnábamos para mirar las nubes por la ventana, los humanos fueron amables con nosotras. Regina les explicaba por qué éramos perritos de compañía, reiteré lo mucho que nos quiere y lo importante que somos para ella, explicó que nosotras le ayudamos a lidiar con un trastorno, no sé qué es eso, pero me alegra ser de ayuda.
El destino de aquellas vacaciones era la playa, ¡nunca había visto el mar! Trapo ya conocía el terreno y me observaba junto con Regina sentadas bajo una sombrilla, no paré de correr, revolcarme en la arena y de ladrarle a las olas. Regina se acercó para cargarme y meter mis patitas en el mar, me soltó en un área en la que podía nadar y me encanta ¡No sabía que podía hacerlo! Esa noche regresamos al departamento que habíamos elegido para las vacaciones, yo estaba llena de arena y antes de disponerme a comer, Regina me cargó y me llevó al baño, no puedes dormir así Morita, te voy a bañar. Ese baño fue especial, ¡había una tina enorme! La llenó y del agua calientita salieron burbujas, nos metió y suavemente quitó la arena del cuerpo mientras nos cantaba una canción: “para tu amor, lo tengo todo, para tu amor yo solo tengo eternidad…” nos enrolló en toallitas y cepilló nuestro pelo.
Salimos al balcón para mirar el mar y la luna, recordé que en las noches oscuras que viví, a veces la luna me daba un poco de luz y compañía. Hoy la luna tenía un brillo especial o tal vez soy yo, que desde que tengo esta nueva familia, brillo y soy muy feliz. Ojalá todos los perritos tengan la suerte de encontrar a humanos buenos y nos hagan parte de su vida ¡Tenemos mucho para dar! ¡Woff!