En el libro #Elloshablan, de Lydia Cacho, se lee el testimonio de Juan: “¿Lo más importante que me dejó mi papá de niño? Pues quitarme el corazón de pollo, ¿usted cree que yo iba a sobrevivir aquí, en la cárcel americana con sentimientos?”. Él se atreve a decirlo de una forma muy gráfica y casi metafórica, pero hombres de todos los niveles socioeconómicos dicen lo mismo: mi padre fue cruel, mi padre me daba golpes o me encerraba o me ignoraba y me dejaba de hablar, pero lo hacía por mi bien. Lo que aprendemos en la infancia parece proyectarse en la forma en que vivimos la política: cuando un gobernante o una figura de autoridad nos hace daño, volvemos a esa imagen en la que justificamos la violencia.
Mi alumna Yeny Dávila nos comparte su experiencia y sentir al momento de entrar a una fundación que asiste a mujeres víctimas del maltrato intrafamiliar:
Llegar a México significó muchos cambios en mi vida. Iniciar una nuevamente e intentar regresar a las letras con más fuerza. Después de estar en el umbral de la muerte y dos días en coma y literalmente resucitar, comprendí que mi misión en esta vida es seguir adelante y devolverle a esta sociedad cosas concretas en acciones para ayudar al prójimo. Llegué decidida a buscar una fundación para apoyar con trabajo solidario, era una promesa que debía cumplir a la Virgen de Guadalupe: si sobrevivía buscaría una y trabajaría en ella.
Así conversando con una compañera de escuela, se ofreció a ayudar a cumplir mi sueño. Comentó que trabajaba precisamente en una fundación que se dedicaba a salvaguardar a mujeres maltratadas y violentadas. Debía llevar un proyecto que apoyara de alguna manera la moral de aquellas mujeres.
Llegó el día de mi cita, un lunes a las 10 de la mañana, el cielo estaba despejado sin nubes y con un sol maravilloso, me dirigí al lugar con el proyecto bajo el brazo. Tuve la sensación de estar en una entrevista de trabajo, pero era mucho más que eso. Al estar frente a la persona encargada, observé atentamente su rostro mientras leía mi escrito, vi que lo hacía con interés: “¿Puedes comenzar el miércoles?”, preguntó ante mi sorpresa, “¡Claro que sí!”, contesté con entusiasmo. Me aclaró que debía firmar un contrato de confidencialidad, ya que la ubicación y la información de quienes trabajan es exclusiva, me asusté, pues también mencionó que no podía comentar con nadie los nombres de las mujeres de la fundación, ni la ubicación de la misma, “Ellas corren peligro y así como el Estado las protege, quienes formamos parte de la fundación, las procuramos también, eso te incluye, ya que ahora eres parte de nosotros”.
En mi primer día recé antes de partir y le pedí a la Virgen fortaleza. Ya en el lugar vi muchas mujeres y niños que jugaban felices. Observé sus rostros y me invadió la tristeza al imaginar las razones que los habrían conducido ahí.
Me llevaron a una sala donde había mujeres de distintas edades, sus miradas eran lejanas, marcadas por el dolor. Comencé mi charla con gran entusiasmo, y junto a ellas me observaba una psicóloga. Fui conociendo las historias con las intervenciones que hacían, para comentar la ponencia.
Recordé cuando fui apoyar a una fundación llamada María Ayuda, en mi país Chile, vi esas mismas expresiones y me enteré que aquellas niñas y mujeres habían sido violentadas. Salí destrozada, “Parece ser una maldición ser mujer”, pensé y lo sigo pensando.
Enfrentarme a esta realidad en México, ver mujeres vulnerables, sin estudios, sin herramientas para enfrentar el futuro, me estremeció. Me sentí afortunada de haber nacido en el seno de una familia que me dio mucho amor y valores.
Mis charlas eran motivacionales y siempre contenían alguna anécdota personal, para poder generar empatía. Así ellas me compartieron sus vidas, hablaban de familias disfuncionales, abandono, violaciones, alcoholismo, violencia y drogas.
Me sobrecogía siempre ver sus rostros marcados por el dolor y desesperanzadas por un futuro incierto.
Todas tenían el corazón roto, con heridas en sus almas imposibles de borrar y otras con huellas físicas, marcadas de por vida. Siempre tuvieron la ilusión de ser felices, pero sus parejas se encargaron de destrozar su espíritu. Algunos regresaban a ellas para pedirles perdón y seguir con el círculo de la violencia, otros las amenazaron de muerte por celos, por odio.
Un nuevo análisis de las llamadas a líneas de ayuda para mujeres maltratadas indica que la violencia de género y doméstica ha aumentado en Argentina, Colombia, Brasil, Chile, República Dominicana, México, Paraguay y Perú durante la pandemia. El informe señala que, aunque estos datos dan una visión general, “es poco probable” que reflejen “la situación real”, ya que las víctimas a menudo no denuncian por vergüenza o miedo a represalias. Además, las restricciones de movilidad y el miedo al contagio hacen más difícil buscar ayuda y las víctimas no pueden llamar a estas líneas si están confinadas en casa con su abusador.
Hoy procuro dar esperanza, luz y confío en que en algún momento de mi vida, podré presenciar un mundo libre de odio.
Para saber más sobre la autora
Nombre: Yeny Ximena Dávila Araneda.
Nacionalidad: Chilena.
¿Cómo fue el acercamiento con la literatura?
Desde niña oí canciones en la radio que llenaban mis oídos de hermosas palabras que me hacían nacer sentimientos que en esa época todavía aún no experimentaba, pero ya intuía, esta maravillosa sensación me llevó a comenzar a escribir mi propia poesía para, de alguna forma, plasmar lo que ya comenzaba a despertar en mí.
Por mucho tiempo esta inquietud se mantuvo dormida hasta que llegué a México, tierra de grandes artistas y luz cultural de
América, este ambiente despertó mis antiguas inquietudes y me integré en el espacio cultural participando en diversos talleres de literatura.