Otra mañana más que transcurre en calma, una vez que mi esposo y mis hijos se han ido a su trabajo en la construcción. Debo apurarme con mi quehacer para después ir a casa de mi patrona, doña Ofelia, quien prometió me subiría el sueldo si llegaba más temprano. No me acostumbro a trabajar para ella, es muy exigente, quiere que su casa quede tan limpia como si fuera a ir de visita el presidente o tuviera una fiesta y la verdad pocas veces sus amistades han cruzado la puerta, pero ella insiste con su: “Rosa limpia aquí que los demás van a ver”, “Rosa sacude acá que se nota y qué van a decir las visitas”, “Rosa esas copas bien limpias, no quiero dar mala impresión”. Es lo que siempre me dice. La única vez que hubo visitas fue porque sus amigas la visitaron en un cumpleaños y ahí me regañó delante de todas porque el perro se metió y se fue encima de una de ellas. Ya le había dicho que debíamos amarrarlo cuando tuviera visitas, pero no me hizo caso. En otra ocasión, en plena fiesta del cumpleaños de su marido, se tapó el baño,  “¡Rosa, qué vergüenza, destapa el baño! ¡Pero ya! ¡Qué asco!”,  me regañó como si hubiese sido yo quien hizo semejante porquería, pero no pude quejarme, era limpiar el batidillo o quedarme sin trabajo y pues ahí me tienen, aferrada a la bomba queriendo destaparlo y la fila de invitados queriendo entrar, en lugar de que les prestaran el baño de la recámara, pero no, qué se chingue Rosa, total que para eso está.

Cada viernes antes de ir a mi trabajo con doña Ogra, así le pusieron mis hijos, voy al puesto de don Paco, que me queda de pasada, para comprar mi billete de lotería y revisar cual ganó. Muchos piensan que es un gasto innecesario, que bien podría ahorrar todo lo que gasto en billetes y comprar otra cosa, pero ¿qué no tengo derecho de darme un gustito? Por lo menos uno.

Don Paco, siempre me saluda muy sonriente, ya son varios años de conocernos, desde que mis chamacos iban a la primaria. Se ríe cada que le digo “mi viejito de la suerte”.
—Rosa, buen día ¿ya vio si no se ganó la lotería? 
—Aún no, mi viejito lindo,
 a eso vengo. A ver páseme los 
resultados.

Él me entrega siempre una bola de papeles arrugados para que busque si mi billete coincide con el número ganador.  Me quedo pasmada, veo los números una y otra vez y pienso que mi mente desgastada y desesperada me está jugando una broma. ¿Gané? No, no puede ser, la gente como uno nunca gana nada bueno… pero sí son los números, no puede ser…
—No puedo creerlo, ¡Gané don Paco!
—¡Felicidades Rosa! —cariñosamente se acercó para abrazarme, incrédulo también me dijo—  Cuida mucho ese billete, no lo vayas a perder.
—No, cómo cree —contestó entusiasmada.
—¿Sabe dónde me entregan el dinero?
—Llama a este número, ahí te dan información.
—Bueno don Paco, ya me voy porque se me hace tarde para ir a trabajar.
—Pero ya para qué trabajas, yo que tú renunciaba —me aconseja.
—Pues sí, verdad, voy a ir a hablar con mi patrona de una vez, se acabaron los malos tratos. Adiós don Paco.

En el camino, empiezo a sentir miedo de enfrentarla, es capaz de convencerme de que siga trabajando. No, mejor le escribo una carta, pienso.Doy la media vuelta y me dirijo a mi casa, ya en el comedor, tomo lápiz y una hoja de raya, porque en la blanca me voy chueco y  escribo:

“Señora doña Ofelia, le aviso que ya no voy a ir a trabajar porque, aunque usted no me crea, me acabo de sacar la lotería. Así que de ahora en adelante búsquese otra que le deje bien limpios los baños y la cocina, además se encargue de su pinche perro, le sirva de electricista, jardinero y plomero, pero sobre todo a ver si encuentra quien le aguante su mal genio por la miseria que paga. Aunque lo que usted realmente necesita es que le limpien la conciencia, que la tiene bien negra. Ya sabe porqué se lo digo. Nomás acuérdese del chofer jovencito que despidió porque no quiso caer ante sus ‘encantos’, vieja ridícula. Espero que no nos volvamos a ver”.

Luego, después de almorzarme unos chilaquiles, vuelvo a dirigirme con toda la calma a casa de doña Ogra, dejo la carta en el buzón y me voy. Al llegar a casa me siento y prendo la televisión, tenía mucho que no me sentaba a ver una novelita, qué bien se siente esto de ser rica, primero voy a vender esta casa para comprarme otra bien grande, tan grande que mis chamacos no me puedan encontrar, y nunca más voy a limpiar ni un espejo, ya no seré Rosa la que limpia, ahora soy señora doña

Rosa, sí, me gusta como suena, y no voy a tener perros porque son escandalosos, yo voy a tener periquitos y un jardín regrandote para sembrar… el timbre interrumpe mis fantasías. Qué raro, es don Paco.
—Ay, Rosita qué pena me da contigo, fíjate que te di los resultados del sorteo pasado.
Siento que se me doblan las piernas y voy a caer, me hago la fuerte. 
—No se preocupe don Paco, yo  no vi bien. Bueno otra vez será.
—Me voy porque dejé a mi mujer en el puesto y no sabe atender bien.
—Adiós don Paco, gracias por avisarme.

Cierro la puerta, me duele todo el cuerpo como si me hubieran golpeado y pienso, ahora sí ya me chingué.

Entonces se me ocurre escribirle otra carta que dice:

“Patrona no haga caso de la carta, solo fue una broma, creí que era el día de los inocentes, pero ya mis hijos me dijeron que no, que es hasta diciembre. Cómo cree, que alguien como yo va a ganarse la lotería, si ni siquiera compro billetes. No puedo gastar mi dinero en eso. Espero no haberla hecho enojar y recuerde que sus secretos están más que a salvo conmigo. Llámeme por teléfono si aún quiere que vaya a trabajar”.

Y que sea lo que Dios quiera.

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