¿Cuál es el plan de hoy? —pregunté animada, poniéndome el abrigo que cubría todas las capas de ropa que me protegían del frío.
—Hoy visitamos el Intrepid, después tomamos el ferry para conocer la Estatua de la Libertad, de regreso pasamos al Guggenheim y al MET. Paseamos por Times Square para que lo conozcas de noche, cenamos en Little Italy y terminamos en Broadway para ver Chicago.

Sonreí animada, me coloqué los guantes que una noche antes Arnoldo me había regalado y salimos del hotel. Caminamos hacia el río Hudson para visitar el Intrepid Sea-Air-Space Museum,  un museo situado en un muelle en el que se exhibe un Concorde, un submarino, un transbordador espacial y modelos de aviones utilizados en la guerra. Me costó dimensionar que todo aquello estaba en un solo lugar, y solo en una parte del muelle.

Definitivamente nuestros vecinos del norte, lo que hacen, lo hacen bien y a lo grande. Nunca había entrado en un submarino, ni conocía aviones que tuvieran aditamentos tan sofisticados en tecnología para cumplir objetivos bélicos.

—Nosotros no tenemos aviones así, ¿verdad?
—No. En México cuando son los desfiles conmemorativos, salen a presumir los vuelos de los F5 que tienen más de 40 años de antigüedad, aquí ya van en el F35.

Salimos del Intrepid para continuar nuestro recorrido por el río Hudson y tomar el ferry que nos llevaría a Liberty Island, donde se encuentra la Estatua de la Libertad. Era martes y las filas para poder abordar eran muy largas, me sorprendió la cantidad de nacionalidades que nos habíamos congregado en inicio de semana para visitar a la

Señorita Libertad. El recorrido en el ferry tiene una vista maravillosa, te permite distinguir las diferencias arquitectónicas entre Manhattan, Brooklyn y State Island. No pudieron elegir mejor lugar para lucir tan maravilloso obsequio; el gobierno francés regaló la estatua para conmemorar los 100 años de independencia de Estados Unidos, bajo los pies de la magnífica estatua se pueden ver cadenas rotas que simbolizan el término de la esclavitud y sobre su cabeza una corona con siete picos que representan a los siete continentes, la corona funge también como un mirador al que puedes acceder subiendo 393 escalones. El monumento es realmente un emblema de la cultura neoyorquina, estar frente a ella como en casi todos los rincones de la bella ciudad, resulta gratamente conocido.

Tomamos el metro para llegar al Guggenheim, un museo de arte abstracto. El edificio tiene un diseño característico: es cilíndrico, más angosto en sus niveles inferiores que superiores, cuenta con una rampa, que funge como galería, y se extiende a lo largo del edificio desde el nivel inferior, en una espiral continua en las orillas exteriores del edificio y termina justo por debajo del tragaluz del techo. En el primer nivel hay una exposición permanente en la que pude observar por primera vez en mi vida, las obras de los pintores con las que suelo ilustrar mis textos para ustedes, amables lectores: Paul Picasso, Claude Monet, Gauguin, Van Gogh, Édouard Manet, Pisarro. Visitamos también el MET, Museo de Arte Metropolitano, al pagar las entradas nos informaron que por ser mexicanos podíamos pagar lo que quisiéramos por entrar, así fuera un dólar. Vimos que personas de otras nacionalidades sí pagaban lo que indicaban en las pantallas de información.  Al entrar vimos que el primer piso estaba destinado a la mitología griega, recordé a mi mamá, le habría encantado ver todas las bellas esculturas y sin leer las fichas técnicas de las obras, estoy segura de que ella conocía la historia detrás de cada una de ellas y como todos en Nueva York tenemos sitios que nos resultan naturales, sé que aquel habría sido su lugar familiar. Todas las culturas del mundo están dentro del MET, es el museo enciclopédico más grande del mundo, tiene 195,000 metros cuadrados de superficie, un presupuesto anual de 320 millones de dólares, 7 millones de visitantes al año, 17 departamentos curatoriales que abarcan más de 5,000 años de la historia del arte. Imposible recorrerlo en un solo día, como nuestro magnífico Museo Nacional de Antropología que es también de primer mundo.

Caminando de regreso hacia el hotel, pasamos por La catedral de San Patricio. Nos tocó escuchar al coro practicar, admiré los vitrales que independientemente de las creencias que podamos tener, me daban la impresión de narrar bellas historias, a diferencia de otras catedrales que conozco donde la decoración es fría y cruda, en San Patricio es amable.

Ya en el hotel, descansamos un rato, platicamos de todo lo que vimos, consultamos cuántos pasos habíamos dado hasta ese momento y nos preparamos para salir a cenar. Habíamos pasado por Times Square durante el día, pero en la noche es sublime, las luces y los enormes carteles publicitarios, la nitidez de las pantallas y aunque todas proyectan imágenes diversas, existe una sensación de homogeneidad, la música de todos los bares, restaurantes, los anuncios espectaculares de los teatros donde se presentaban obras y musicales: Aladdin, Hamilton, Wicked, The Phantom of the Opera, Harry Potter, The Lion King, Les Miserables, Chicago. Ahí estaba yo dando vueltas en el cruce de Broadway  con la 7a Avenida, llenándome de pequeños copos de nieve y de luces de colores.

Cenamos en Little Italy, donde se grabaron las películas del Padrino, caminé por la calle en la que Vito Corleone creció y se forjó como personaje y hasta ese momento me cayó el “veinte” de que en la Catedral de San Patricio se grabó la icónica escena en la que Michael Corleone bautiza a uno de sus sobrinos: “Do you renounce  Satan?”, le pregunta el sacerdote, a lo que Corleone responde “I do”, mientras todos sus enemigos son asesinados a manos de sus allegados por órdenes de él.

¡Llegó la hora de ver Chicago! Arnoldo me platicaba que por 20 años la actriz mexicana Bianca Marroquín interpretó a Roxie Hart y que a partir de 2021 debutó como Velma Kelly. Llegamos al teatro Ambassador. El público aclamaba el inicio de la función y entonces: Come on babe, why don´t we Paint in town? And all that Jazz! La primera vez que vi Chicago fue en el teatro Telcel en la CDMX, también con Arnoldo y me sentí muy contenta de ver que nuestro musical tiene la talla de Nueva York.

Regresamos contando un día más de pasos maratónicos y el espíritu lleno de inspiración y belleza, cuando en la esquina de la 59 y la quinta avenida, un chico afroamericano tocaba el sax, en el suelo estaba un sombrero en el que colectaba las propinas, coloqué cinco dólares.

—Thank’s sister! Where are you from?
—¡México!
—Don’t go, wait a minute —dijo mientras buscaba entre sus partituras.

El sax me obsequió entonces el Himno Nacional Mexicano, brinqué de emoción y colocando mi mano derecha extendida sobre el pecho, canté orgullosa. Algunas personas se acercaron, todos de nacionalidades diferentes, muchos me imitaron extendiendo sus manos sobre el corazón y aplaudieron con la misma intensidad y alegría que yo lo hice.

Gracias Nueva York, see you soon.

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