Al llegar al aeropuerto después de nuestro último viaje, Arnoldo mencionó que ya iba a deshacerse de su maleta, la empuñadura no le funciona, el riesgo de que las costuras se rompan es inminente, las llantas ya no giran muy bien. “Tengo 20 años con esta maleta”, me dijo. Vi la oportunidad de darle un regalo útil. Me quedé en silencio mientras buscaba en Internet el costo de una maleta de la misma marca y vino el recuerdo de uno de nuestros viajes a la playa cuando sobre la cama estaba una bella maleta negra con adornos de flores, no dijo nada, sólo me miró sonreír y contemplarla. “Gracias”, dije sonrojada.
Hoy siempre me siento bonita cuando llevo mi maleta floral, cuando abro el clóset y veo la maleta para prepararla, estoy lista para conocer el mundo. En cada viaje hay momentos sublimes, que pareciera están destinados a que los vivamos juntos. La vida nos regala paisajes y momentos únicos y diferentes. Esta vez conocí Nueva York, siempre que viajamos fuera del país busco en un mapa para ubicar dónde voy a estar. Llegamos al aeropuerto de Newark en Nueva Jersey, el orden y la limpieza resaltan en los aeropuertos que conozco de Estados Unidos. Las maletas en tiempo sobre la banda, las indicaciones sobre cómo y dónde salir del aeropuerto siempre claras. Afuera los típicos taxis amarillos, rotulados con letras negras y letreros con pantallas en sus techos, salí de prisa y al abrir la puerta, una ventisca casi me tira. Sentí los -3ºC en todo mi cuerpo, error no llevar guantes. El vidrio del taxi tenía hielo en las comisuras.
Nos hospedamos en Manhattan, en Financial District, a sólo unas cuadras del conmovedor, elegante y sublime Memorial del 9/11. Nuestro cuarto era pequeño, en una ciudad en la que todos queremos estar, sólo podemos caber hacia arriba y es que así admiras la grandeza, mirando hacia el cielo. Los documentales que había visto previamente sobre la historia de los edificios y rascacielos, no se pueden comparar la magnitud que se percibe al pasear entre ellos, como el edificio Chrysler cuya cúspide de acero con forma de aguja inspirada en la parrilla del radiador de los Chrysler terminado en 1930 y que mide 318.9m, el Empire State que con 12 pisos reinó como el edificio más grande del mundo desde 1931 a 1970 y que recuperó el título en 2001, cuando cayeron las Torres Gemelas. En 2005 se inauguró el One World Trade Center que mide 541.3m, hoy el rascacielos más grande de la ciudad y se encuentra frente al Memorial 9/11, que está formado por dos oquedades con caída de agua continua en cada perímetro, cada uno situado en donde alguna vez estuvieron las torres y su alrededor lo enmarcan placas de bronce negro en las que están grabados los nombres de más de 3 mil víctimas que murieron en el atentado. Conocer el monumento no es una visita alegre, pero es importante para entender el clima emocional de Nueva York después del atentado. Visitamos también el edificio sobrio y elegante del New York Times, así como la editorial Charles Scribner's Sons. Una noche, al regresar de nuestro diario recorrido maratónico a pie de 20 kilómetros en promedio, tomamos un taxi, el conductor de Pakistán nos dijo que si ya conocíamos el edificio novedoso que se encontraba cerca del río Hudson, con un poco de duda contestamos que no, pero que después lo conoceríamos. Él insistió y explicó que no nos desviábamos de nuestro destino, que sólo tomaríamos una calle diferente, nos pusimos tensos, Arnoldo conversaba con él para amenizar la situación que ya en nuestra mente sonaba a secuestro. El conductor pakistaní nos llevó al pie de un edificio novedoso, el 30 Hudson Yards llamado también Vessel que tiene forma de una colmena, iluminado en color cobre. Leí después que no sólo es el edificio más fotografiado de NY, sino el edificio en el que, en el primer mes de su apertura al público, ocurrieron tres suicidios. Me preguntaba siempre durante las caminatas en las que veíamos los edificios, los museos, los teatros, las tiendas, qué sucedía en México mientras que en 1930 se disputaban construir el rascacielos más grande del mundo por el puro placer de demostrar poder, en nuestro país, la Ciudad de México comenzaba a cimentarse la clase media y algunas mujeres pasaban a ser parte de la vida laboral como secretarias.
Nueva York se divide en cinco distritos: Manhattan, Brooklyn, Queens, Bronx y State Island. En mi experiencia ubicaba los distritos por películas, series o música.
Queens me remontaba a La Niñera de Fran Dresher, Brooklyn como el lugar de origen de Barbra Streisand, Michael Jordan o Mike Tyson, El Bronx de los Yankees de Nueva York y también de barrios peligrosos como Melrose o Port Morris y entre Staten Island y Manhattan los escenarios estelares de Breakfast at Tiffany's, Ghost, El Gran Gatsby y Mi pobre angelito rodados en el hotel Plaza, El abogado del Diablo, Friends…
Ahora mi visión de todos los distritos pasó de la ficción a la maravillosa realidad: Brooklyn con un magnífico puente colgante ¡construido en 1869! que conecta al distrito con Manhattan, que se puede cruzar manejando, a pie o en bicicleta. Nunca había visto un puente como ese.
Estar en Manhattan te resulta familiar, Hollywood se ha encargado de transformarlo en el común denominador de todo lo magnífico y sí que lo es. Paseamos por Central Park mientras cantábamos “Aquarius”, del musical Hair, Arnoldo me mostraba los lugares de algunas de sus escenas y al recorrer todo el parque sentí lo mismo que cuando conocí Miami: pertenencia.
—Busca regresar, tú perteneces aquí —dijo Arnoldo como si me leyera la mente. Sonreí y le di un beso.
Mientras recorríamos Central Park, recordaba las frases que usan mis amigos y primos para motivar sus pasos: Impossible is nothing, Serendipia, si puedes soñarlo, puedes hacerlo; here & now, ride the wave, no sólo lo imagines, hazlo y ponlo a prueba… entre otras, me hizo cuestionarme si yo tenía alguna que me inspirara de igual manera. Por la noche de regreso a pie, pasamos por el Memorial 9/11, Arnoldo me tomó un tierno video en el que yo giraba para que la cámara enfocara todas las luces de los edificios que nos rodeaban y entonces la tuve: “Lo merezco todo”.
Al llegar al hotel miré la ciudad desde la ventana y en un diálogo interno le pregunté a Nueva York si es que ella tendría una frase, un slogan, una motivación para seguir siendo magnífica: “El cielo es el límite”, me respondió en un suspiro de nieve que cubrió mi sueño.
Mañana es día de museos, de Broadway, de la Estatua de la Libertad, de Times Square, acompáñame el siguiente domingo querido lector.