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¿Por qué para las hijas es tan importante la imagen que tenemos de nuestro padre? Nos preguntábamos la semana pasada. Parte de las conclusiones oscilaban sobre la teoría Freudiana del falo como objeto de poder y como es que el “no tenerlo” permea en nuestro inconsciente al punto de evidenciarse en ciertos rasgos que tienen nuestras parejas.
Recapitulando el texto de hace ocho días, elaboré una nueva pregunta para las mujeres que conozco. Todas ellas tienen situaciones de vida diversas, estratos y constructos sociales diferentes, pero tienen algo en común: la idea inaceptable de que sus padres son solo padres y no seres sexuados. Las preguntas en un contexto hipotético en el que sus papás ya no estuvieran juntos como pareja por cualquier razón, fueron las siguientes: “¿Si tu mamá tuviera un novio, te molestaría?” La respuesta al unísono fue: “para nada, se lo merece” y al preguntar lo mismo, pero utilizando al padre como sujeto, los reclamos e inseguridades brotaron: “¿Por qué? ¿con quién viste a mi papá?, ¿cómo crees?; Mi papá jamás haría algo así, ¡Qué horror! Ni siquiera puedo imaginarlo; Mi papá no haría eso jamás ¿Por qué me preguntas eso?” o la respuesta que proviene desde lo más profundo del inconsciente: “¿Cómo crees que mi papá va a cog$r?”
Al platicarles sobre las respuestas a expertos en psicología me explicaron que este comportamiento defensivo tiene una explicación que proviene del inconsciente, volviendo a la teoría del falo: Si mi papá pudiera amar, querer a otra persona que no fuera mi mamá, tendría a ser a mí, porque cuando yo era niña no lo pude tener (el falo), pero ahora es mi turno, ahora que ya no es de mi mamá, es mío, además ¿por qué buscaría dar amor en otro lado, si me lo puedo dar a mí? Y esto hace referencia al falo en forma de tiempo, amor, dinero, ternura, atención, etc.
También les pregunté si el complejo de Edipo tendría algo que ver con que la conducta de la mujer hacia sus parejas, en algunos casos, sea de sumisión y servilismo, me explican que no lo origina, pero que lo alimenta. Por ejemplo, si observo que mi mamá se arregla par ver a papá y usa un perfume especial para recibirlo al llegar del trabajo, esa conducta será interpretada por mi inconsciente como: “esto es lo que se hace para que papá nos quiera y nos de atención”; puede ser que mi mamá sea extremamente servicial, al punto de dejar sus necesidades y preferencias a un lado para poder satisfacer a papá, lo que interpretaremos como si esto fuera un concepto de amor y que si nos comportamos de esa manera seremos amadas.
¿El complejo de Edipo continúa en la adultez? Puede existir porque no se da un “corte” con la imagen idealizada con los progenitores y hasta cierto punto puede considerarse normal, en el caso de los varones lo exteriorizan con palabras: “mi mamá lo cocinaba de otra forma”, “mi mamá no se pondría eso”, “a mi mamá no le gustaría esto o aquello”. En el caso de las mujeres, también pueden expresarlo: “mi papá es el mejor”, “mi papá es guapo”, “mi papá es un tipazo” y quienes no lo vocalizan, lo buscan de manera irreflexiva: la textura, el olor, sonidos que les evoque al padre.
¿Será posible dejar de idealizar la figura paterna una vez que nos hemos hecho conscientes de su existencia y origen? Si no lo tratamos en terapia, usualmente trasladamos esta admiración, hacia un personaje que cumpla con características parecidas al concepto de poder que tiene el falo, pero es importante saber que no necesariamente tiene que ser a una persona, puede ser a la religión (¿Se han preguntado por qué en la religión católica se refieren a dios como Dios Padre? Dios es hombre porque las figuras de poder siempre han residido en lo masculino), a la ciencia, a una institución. La manera de quitarlo del pedestal y que evitemos trasladarlo a todo lo anterior, es derrocándolo. Como lo relata Freud en el artículo Tótem y tabú: “¿Mas por qué la actitud afectiva hacia el soberano comporta un elemento tan poderoso de hostilidad inconsciente?” El texto trata de un parricidio metafórico: la hija, el hijo eliminan al padre para que exista una evolución; hay que matar a lo que representa autoridad, poder, porque si el hijo, la hija sigue colocándolo en el pedestal de la sobrestimación, los hijos se transformarán en la extensión de sus figuras de autoridad que nunca podrán ser. En el caso específico de las hijas, para llegar a este punto tendríamos que contemplar y comprender a nuestros padres como hombres, hombres que se equivocan, que entristecen, que pueden enamorarse, desear y ser deseados por otras mujeres, hombres que se divierten, que aprenden, que dudan, como seres que pasan por las mismas emociones que nosotras. Una vez derrocado el falo idealizado, nos transformamos en mujeres fálicas, que no necesitan buscar en nadie alguna parte perdida, porque no hay nada que buscar, porque estamos completas y que el cariño de la figura paterna se reafirme como el amor de hija, algo por lo que no se compite.
Papás: son nuestro primer rostro de un amor individual, nuestra primera experiencia a la demostración del amor de un hombre hacia una mujer, son nuestro primer modelo de hombre, nuestro primer acercamiento con la masculinidad. Gran parte de nuestra autoestima está cimentada en su amor y en la seguridad que nos inculcan.
Hoy sabemos que antes de ser padres, son hombres.