No puedo creer que aun siga abierto este puesto, ¿ya cuánto habrá pasado? Qué extraño se siente volver a donde se quedaron tus recuerdos. La nostalgia pega con cada casa y con cada rostro que ves en el camino. Creo que debí regresar antes. Me arrepiento de haberme ido ─ o mejor dicho de haber huido ─ pero bueno, al final he vuelto y con ello también vuelvo a ti.
Sí, todo esto era nuestro. Aquí veníamos cuando estábamos juntos. Algunos lugares se han ido, pero otros siguen en pie. Sólo de verlos se me revuelve todo por dentro. Allá está la cafetería de nuestras primeras salidas, por allá se llega al cine donde vimos esas cintas, y allá está el hotel que da para una historia aparte.
No sé cómo explicarlo, pero me parece tan curiosa la idea de la gente desfilando por las banquetas e ignorando las memorias que anidan en las construcciones que pasan de largo. Personas vienen, personas van; caminan junto al edificio donde hace 11 años un par de muchachos se entregaron a las ganas que tenían del otro. Ese encuentro nos acostumbró al calor y al cariño mutuo y así cerramos nuestros ardores en el conocimiento de la silueta ajena que hicimos nuestra. El hotel se volvió testigo. Todos esos momentos los atesoro, pero también me punzan cuando los saco.
Veo que el puesto de flores sigue aquí. Recuerdo que yo siempre quise regalarte un enorme ramo de lo que fuera, pero, sorpresa: no te gustaban las flores. Nunca conocí a otra mujer que le pasara lo mismo, y después de que nos separamos regalé decenas de ramos para compensar ese impulso frustrado. En ninguna de esas entregas sentí lo que esperaba sentir.
Cuando todo “terminó” nos negamos a renunciar al otro y estuvimos dándole la vuelta a nuestra separación. Así más de una vez retomamos el contacto, calmábamos las ansias y nos hacíamos las mil promesas, pero luego todo explotaba de nuevo y, un día, harto de sufrir, le puse el punto final a todo. Me obligué a arrancarte. Las noches me comieron vivo y los días se volvieron grises. No sé cómo puedo resumirlo en tan pocas palabras. A los meses y derrotado por las recaídas, agarré valor y renuncié a mi trabajo. Necesitaba tiempo y encerrarme para olvidar. Hice bien. Disfruté la soledad, aunque traté de no aferrarme porque sabía que si me acostumbraba todo iría fatal. Al final volví al mundo —no pronto— pero volví.
Con una energía renovada y autoimpuesta acepté una oportunidad que en otro momento hubiera rechazado sin variación: me fui de la ciudad. Lo necesitaba.
Debo admitir que, aunque ya no estabas físicamente, de alguna forma seguiste conmigo y, aunque los años se iban, tu recuerdo indeleble aún me hacía traerte a los pensamientos. También confieso que no dejé de estar pendiente de ti. Creo que en el fondo abrigaba la esperanza de volver contigo. Pero el tiempo me mostró que si no habíamos funcionado en los buenos tiempos menos lo haríamos en los peores. Al final me hice fuerte —más o menos—, dejé de esperar, y comencé a avanzar. Me di la oportunidad con una chica nueva, y cuando se terminó, me volví a dar la oportunidad. Así sucesivamente.
Entonces empecé de cero en ese lugar desconocido. Me adapté a la ciudad desordenada. Ese ritmo de vida me distrajo lo suficiente como para ir dejando atrás tu memoria. Progresé en la vida —si se puede decir—. Me hice de mi coche y conseguí independencia. Pero esas son cosas cercanas al ahorita; cosas que no son interesantes y en las que no quiero pensar.
En lo que sí quiero pensar es en ti. En si me extrañaste, en si me buscaste o simplemente en qué pensaste cuando me fui. Como sea, estoy seguro que todo esto que traigo en la cabeza es un consuelo que me hago para creer que al menos mi depresión fue compartida, pero por más que me cueste debo admitir que pudo no ser así. Es natural pensar que, así como yo estuve con otras mujeres, tú también estuviste con otros hombres. Algo en mí se retuerce con la idea que en uno de ellos hayas encontrado algo que yo no te supe ofrecer. Ese será un trauma que llevaré siempre conmigo.
10 años se han ido en un instante y aquí estoy. Me siento como un hombre con mucho camino recorrido. Una esperanza de saber de ti, se abrazó a mi desde el momento en que pisé de vuelta la ciudad. La fantasía de encontrarme contigo y que me vieras como soy ahora, aterrizó en mi cabeza desde la primera noche. Por otro lado, tuve que afrontar la realidad, lo más seguro es que ya estuvieras casada y con hijos, y posiblemente envuelta en la vida que siempre anhelaste. Aun así, no dejo de soñar con la idea de verte. Un instante de ti me bastaría.
Un día se me ocurrió venir a una plaza para buscar unos muebles. La casualidad hizo que me encontrara a tu hermana. Después de unos minutos incómodos la curiosidad mutua nos hizo soltarnos. Yo moría en preguntar por ti. Ella, leyendo mis intenciones, te sacó a tema. Me lo dijo todo de ti.
Hoy voy camino a verte. Me he detenido en el puesto de flores. Las lilas, las rosas y los claveles endulzan el aire con su perfume. Espero que no te moleste este pequeño arrebato. Sabes que va con buena voluntad y todo mi cariño. Con este abanico de aromas quiero que sepas todo lo que me he guardado estos años. Ojalá que de alguna forma puedas entenderlo y no me guardes resentimiento. Creo que he perdido, no pude olvidarte, y sólo me alejé de ti abruptamente, como un necio. ¿Qué habrás pensado de mi en todo este tiempo? Espero al menos te hayas quedado con lo bueno. ¡Ojalá tuviera forma de saberlo! Al menos ya falta poco para encontrarte…
Te he dado las flores y no hay respuesta. No habrá respuesta.
El autor
Daniel Hernández Soto es ingeniero de profesión y admirador de letras por vocación.