Son más de 100 días de confinamiento y no había visto o vivido nada igual, a mis más de 60 años y desde que tengo uso de razón. Nunca una loza habría pesado tanto como este encierro que solo se alarga cada día, cada mes más.
En la televisión sigue la fatalidad, el portavoz oficial no ofrece “algo” para resolver todos los contextos sociales y económicos a los que nos estamos enfrentando. La estadística no pronostica nada positivo y la curva sigue sin aplanarse, el desempleo se incrementa con celeridad, la autoridad no acierta con alguna estrategia para que no se propague el virus a quien ya conocemos por su letalidad.
A principios de año, antes de vivir de esta forma, me enamoré. Tal vez pueda sonar extraño para mi edad, pero el amor llegó tan fuerte que no recuerdo haberlo sentido así antes. Ella no goza de muy buena salud y los años tampoco le ayudan en este panorama. Tuvimos que pausar nuestra relación. Platicamos todos los días claro, el celular y la computadora son herramientas que han acortado la distancia, pero su risa no es la misma en las llamadas que en la vida real, los abracitos virtuales que envía siento que no me llegan. A veces me quedo hurgando en mis pensamientos. Para estructurar alguna actividad que aligere este claustro obligado, pienso en que tengo que diseñar una actividad para el abdomen no abultar y el estrés no haga añicos mi forma de pensar, me siento prisionero de un ser invisible que ha roto con todo el mundo que solía conocer, con el amor que comenzaba a florecer y aquí estoy queriendo escribir un testimonio más.
Los miles de muertos y casos de contagio son una realidad que lastima nuestra sociedad, el temor, el miedo y la incertidumbre mina en mis pensamientos. En este encierro no hay días nublados, no hay días con sol, mucho menos con lluvia, solo días con miedo que me pueda contagiar. ¿Y ella? Ella dice que no teme, pero sé que me lo dice para no angustiarme. Qué tierna.
Estos más de 100 días y contando han sido de los más pesados de mi existencia terrenal y vaya que he visto desastres: temblores, inundaciones, hasta un tsunami, también incendios, accidentes en carreteras, de aviación y la explosión de un cohete espacial, así como enfermedades, plagas y uno que otro asesino serial, abusos policiales y del crimen organizado pero bueno, eso ya es harina de otro costal.
Y aquí me tienen en el rubro de vulnerables, lavándome las manos con agua y jabón cada que agarro una superficie y cuando me asomo por casualidad, mi cubrebocas y el gel antibacterial. Estos dos metros de distancia no se olvidarán jamás, ¿será que el amor también tendrá que ser de lejos?, ¿será que el amor solo se quede en la contemplación? Visualizo el tiempo como si fuera un cirio pascual despide un humo que se propaga hasta en la atmósfera laboral en ese humo su recuerdo que se enlaza con una oscuridad, una oscuridad de este confinamiento eterno que acaba con mis sentidos y sueños, resquebraja mis alegrías, sumerge mis aspiraciones; espero que ese virus no llegue a contaminar mi soledad, que se ha convertido en fiel compañera
La solución no se vislumbra en ninguna potencia mundial, son millones de contagios, en algunos países el rebrote les trae más calamidad. Recuerdo cuando recién citaban: “En China se descubre un virus letal que amenaza a la humanidad”, ¡qué lejos estábamos de que nos alcanzara! Hoy es agosto, son más de 100 días de confinamiento sin ella y con la sed de aquellos días soleados, esas risas tan alegres, alimentan mi soledad como una llamita del mentado cirio pascual. El laberinto de la ansiedad va minando mis sentidos hasta confundirlos, siento que el virus me ha infectado cuando el gusto se niega a quererte degustar, el tacto no alcanza nada a palpar, el oído se arremolina en una constante zumbar, pero solo es la depresión en la que vivo inmerso.
Son más de 100 días y contando de este confinamiento brutal, son más de 100 días y contando de esa separación de tu mirar y así lo dijiste:
“Cuando termine el confinamiento, nos volveremos a mirar, a besarnos y a reírnos como dos locos sin parar”.