Vida Q

#Cuento. Ni presas, ni princesas

La escritora Ayari Velázquez reflexiona sobre el amor romántico y la idea de que las mujeres “necesitan” ser protegidas

Foto: Cortesía
11/04/2021 |01:57
Redacción Querétaro
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Hay una parte en el libro de Yuval Noah Harari, Sapiens en el que describe que todas las culturas sin saber la existencia todavía la una de la otra, tenían algo en común: sus mujeres estaban en desventaja, eran usadas como moneda y mercancía. Es curioso cómo sapiens compartiera sin saberlo este tipo de conducta con sus hermanos lejanos, un comportamiento que ni siquiera los animales menos evolucionados desarrollan.

A lo largo de la historia a las mujeres se nos han adjudicado características propias de una presa: son inofensivas, débiles, siempre alertas y con la necesidad de ser protegidas por alguien “mejor” y “más fuerte”. En biología una presa es una especie que puede ser cazada o atrapada por otra. La especie se convierte en presa en el marco de una relación llamada depredación, en el cual el predador sale en busca de la presa para alimentarse. El objetivo biológico de la presa es ser asesinada para alimentar al predador, es importante aclarar que esta relación se da en especies distintas, los escualos no se alimentan de otros escualos, los leones tampoco. Entonces, interpretar a la mujer como presa resulta no sólo erróneo sino aberrante. Las mujeres pertenecemos a la misma especie de sapiens que los hombres, mirarnos como trofeos, premios, botines, los aleja mucho de su supuesta evolución.

En el mismo margen de interpretaciones entre especies, hablando de sapiens, es curioso que algunos varones se vean como héroes, héroes que han llegado a la vida de las mujeres para rescatarlas, esto es una conducta aprendida de sus congéneres y reforzada por nosotras, que hemos crecido con la idea de que el amor romántico es nuestro objetivo en la vida, hay que ser “liberadas” por un príncipe que nos salve incluso de nosotras mismas. Las industrias de Disney y Hollywood fortalecen la imagen de la mujer como sumisa, víctima y presa.

En la adolescencia tuve el concepto del amor romántico como objetivo, lo busqué y me busqué siendo débil y sumisa, para que así “el verdadero amor” llegara a mi vida. Me puse en el papel de presa sin tener consciencia de esto. El depredador disfrazado de “héroe” rompió lo que yo era hasta ese momento, lo hizo pedazos. Yo no sabía que no necesitaba un héroe, yo no sabía que el amor no dolía. Toma tiempo romper con el patrón de la presa, pero es posible.

La semana pasada fui de vacaciones a Cancún y en mis planes estaba la visita a Xel-ha, a donde acudí sola porque así lo decidí. Estar conmigo en un lugar nuevo y paradisiaco como este me resultaba emocionante. Elegí dos actividades extras que ofertaba el lugar: bucear en un cenote y nadar con un manatí. Todas las actividades se hacían en grupos de seis personas como máximo. En la primera mis compañeros eran dos chicos afroamericanos que venían de Nueva York, Sean y Mike. Hicimos las primeras pruebas de inmersión, Mike se sintió inseguro y decidió no bajar. Sean, casi al terminar se puso nervioso y soltó su boquilla, lo llevaron a la superficie. Nos encontramos los tres para entregar el equipo en la entrada, me miraron con curiosidad y cierta ternura: “You did well, to be a woman you were very brave”, dijeron mientras me daban una palmada en la espalda, los miré divertida y me despedí entre carcajadas, “to be a woman”.

Luego nadé con un manatí, nuevamente era la única mujer y cinco argentinos eran mis compañeros. Tras las instrucciones previas sobre que sí y que no hacer con uno de mis animales favoritos, uno por uno nadó con él. Tenía el tercer turno, mientras los argentinos me miraban no solo de la misma manera que lo habían hecho Mike y Sean, agregaban un aire según ellos seductor que me resultaba desagradable e incómodo: “flaca tú no tengás miedo, mirá que el animalito se ve bueno”; “si algo te pasa a vos, te salvamos”; “mirá que si te acobardás podemos nadar juntos, que te cojo fuerte… de la mano”, rieron con fuerza, creyendo que yo no había entendido el doble sentido, gritaban animados y golpeteaban sus pechos como simios. Siguió mi turno, antes de entrar y ya dentro del agua me miraban y se lamían los labios. No permití que su actitud primitiva arruinara un momento tan deseado, nadé a la par del manatí mientras ella, porque era hembra, rotaba sobre sí misma, movimiento que solo hacen cuando se sienten cómodos y felices. Una vez terminada la actividad, me invitaron a que siguiera mi recorrido con ellos: “pobrecita que estás sola, podés venir con nosotros flaca rica, que acá te la pasás de lo mejor”. Les dirigí una mirada entre la lástima y el asco y seguí mi camino, “tampoco estás tan buena ¡eh!”. Pasé al bar y un holandés me hizo plática en la barra, comentó que estaba con unos amigos, que habían llegado a Cancún para celebrar la despedida de soltero de uno de ellos. “Qué bien” dije poniéndome de pie al entender hacia donde iba la conversación: “Venimos a Cancún porque aquí mujeres son la pura fiesta, mujeres muchas y fácil bailar con ellas ¿A ti te gusta bailar? Venir con nosotros mami”. De todo el español masticado que escuché me causó nausea escuchar la palabra “mami”. No me reí como con los neoyorquinos. Todos los hombres que me topé ese día me asimilaron como un blanco fácil por mi decisión de estar sola, como si buscara compañía. Una mujer sola no busca ser cortejada.

Este ser primitivo que trata a las mujeres como presas, premios, trofeos no se limita al “macho mexicano” que conocemos. Se manifiesta, en hombres de distintas razas, en este caso afroamericanos, latinos y germanos, todos de diferentes culturas y niveles socioeconómicos, unidos por la caza de mujeres. Más que un hecho genético, lo cual me niego a aceptar, me niego a pensar que mi especie no sea capaz de evolucionar, de trascender, me parece que es una decisión cultural a la cual todos hemos permitido que siga permeando en nuestra sociedad. Algunas mujeres insisten en elegir una posición vulnerable, siguen respaldando su incapacidad de subsistir por ellas mismas, así como la responsabilidad de su propia felicidad y plenitud con el letrero del “sexo débil”, término que la RAE hasta hace unos días definía como “conjunto de las mujeres”. Estas mismas mujeres observan a sus compañeras luchar por un mundo en el que ambos géneros de sapiens se respeten, reconozcan y complementen, mientras estas las juzgan por alterar el “orden de las cosas”, porque para ellas ser sumisas les resulta más sencillo y cómodo.

Yo creo en mi especie y creo que reparar conductas siempre es posible, más que evolución es por decisión.