Cuando resolvimos la cuestión sobre si era posible separar el arte del artista y que a través de lecturas e investigación científica concluimos que no es posible, me embargó una duda o más bien un sentimiento de incomodidad que musitaba entre “Si yo, en plena conciencia sé que tal artista/ líder/ deportista, etcétera, tiene un modo de proyectar su ideología a través del sufrimiento de otras personas, ¿por qué existe en mí la necesidad de seguirlo? O ¿por qué, a pesar de las pruebas, me resisto a creer en ellas?”

La respuesta parecería obvia: negación. ¿Conocemos el significado del concepto? Negación: Es un mecanismo de defensa primitivo que consiste en el rechazo de aceptar que algo ocurre y se basa en la convicción prelógica de “Si yo no lo reconozco, eso no sucede”.

Los mecanismos de defensa no solo se expresan cuando nos sentimos amenazados físicamente, también lo hacen cuando nuestras creencias e ideologías lo están.

Siguiendo con nuestra temática inicial, nos apoyaremos en los siguientes mecanismos para comprender por qué nos inclinamos a rehusar lo evidente: sublimación, negación e idealización. El primero es un mecanismo de defensa secundario, que a diferencia del primario el cual es primitivo, la realidad y la razón lo acompañan. Entonces la sublimación consiste en encontrar una satisfacción derivada y adaptativa de aquellos impulsos que no pueden ser expresados directamente por las prohibiciones sociales: un cirujano podría estar sublimando su agresividad; un artista sublimaría su exhibicionismo, etc. La idealización es un mecanismo primitivo que consiste en la necesidad de otorgar un valor o poder especial a una persona de la que se depende emocionalmente y poder asociarse con alguien omnisciente y omnipotente que resolverá las dificultades de forma definitiva ¿Les suena familiar?

Estos tres mecanismos podrían explicarnos la razón psicológica por la cual nos costaría aceptar que nuestros ídolos también se rompen. Preferimos creer en los héroes, gente con moral inquebrantable, porque de no hacerlo nuestra psique llegaría a colapsar creando un trauma del cual nos costaría mucho salir.

Ejemplos tenemos de sobra, terminé de ver el documental Surviving R. Kelly, el cantante es acusado por más de 15 mujeres de abuso sexual siendo menores de edad, en el primer juicio se muestra como evidencia un video en el que R. Kelly sostiene relaciones sexuales con una niña de 14 años. El jurado teniendo las pruebas lo declara inocente. ¿Por qué? Porque, ¡cómo crees que el autor de “I belive I can fly” podría hacer semejante monstruosidad? No es él, es alguien que se parece a él.

En México no nos quedamos atrás: testimonios y denuncias sobre abuso sexual y tortura (el caso de Lydia Cacho y Salgado Macedonio), un líder político reafirmando que la economía nunca ha estado mejor; personas que niegan la existencia del virus que hoy nos mantiene en confinamiento o algo tan desagradable como las fotos de Vicente Fernández acariciando los senos de jovencitas. Estos ejemplos gozan de pruebas orgánicas que pueden autentificar el hecho o que son una reverenda mentira, pero nuestros mecanismos de defensa no permiten que aceptemos esta realidad para salvarnos de la desesperanza.

¿De dónde viene este comportamiento? La psicología nos dice que la negación y la idealización son mec anismos primarios, primitivos. Tendríamos que cuestionarnos si estas conductas tienen un origen antropológico y la respuesta pareciera estar en nuestros genes, en nuestra especie: somos Homo sapiens.

Si retrocedemos en el tiempo, hace 200 mil años aparece el Homo sapiens, que prevaleció porque desarrolló un lenguaje único. El escritor israelí Yuval Noah Harari, en su libro Sapiens, de animales a dioses, explica cómo es que una especie de “chisme” es lo que lleva a sapiens a la unidad. Entendemos que no somos la única especie que se comunica, pero ¿qué hace nuestro lenguaje tan especial? Harari plantea en una de sus teorías que es la necesidad de compartir información sobre ellos mismos, los humanos. Puede parecer poco profesional decir que el chisme es la base de la supervivencia de nuestra especie, pero piénsenlo un poco, hoy en día gran parte de la comunicación humana (en cualquiera de sus formas) es chisme.

Y bien, ya una vez establecido el chisme, aparece la capacidad de transmitir información acerca de cosas que NO EXISTEN. Hay pruebas de que solo sapiens puede hablar de entidades que nunca han visto. Y es cuando aparecen leyendas, dioses y religiones.

Tiene sentido que un grupo de personas se convencieran unos a otros en creer en algo o alguien que no ven para establecer un orden. Los sapiens pueden cooperar con un número considerable de extraños, si creen en mitos comunes. Esta es la razón, según Harari, por la que dominamos el mundo.

Retomando el planteamiento del inicio, ¿por qué niego lo que es real y creo en la mentira? Sapiens necesita creer en algo más grande que sí mismo para poder creer en su especie y evolucionar. Una realidad imaginada es algo en lo que todos creen y mientras esta creencia comunal persista, la realidad imaginada ejerce una gran fuerza en el mundo, por eso creemos en dioses, naciones, teorías. Porque nuestro genoma está diseñado para eso, y si alguien pone en duda nuestras creencias, los mecanismos de defensa entran a tomar el control para defender nuestras convicciones porque es la manera que tenemos como especie para sobrevivir.

Creemos en lo que no podemos ver y negamos lo que sí existe. Como especie desarrollamos una realidad dual y a medida que pasa el tiempo, pareciera ser que la ficción es la puerta de la supervivencia de lo que sí es real.

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