“Cuando el Fénix ve llegar su final, construye un nido especial con ramas de roble y lo rellena con canela, nardos y mirra, en lo alto de una palmera. Allí se sitúa y, entonando la más sublime de sus melodías, expira. A los tres días, de sus propias cenizas, surge un nuevo Fénix y, cuando es lo suficientemente fuerte, lleva el nido y lo deposita en el Templo del Sol”, Ovidio.
Mi mamá nos contaba mitos griegos antes de dormir. “Hipnos velará su sueño”, nos decía depositando un beso en nuestras amplias frentes, como la suya.
El mundo tenía el sentido que los griegos me permitían comprender. Me daba cierta nostalgia cuando iniciaba el otoño y Perséfone, hija de Deméter, diosa de la agricultura, dejaba la Tierra y bajaba al Inframundo para pasar las estaciones restantes con Hades, por designio del dios Zeus.
Hades se enamoró de la bella Perséfone y la secuestró para llevarla al Infierno. Al no encontrar a su hija, Deméter castigó a la Tierra con un cruel invierno. Los hombres pidieron a Zeus interceder puesto que sus cosechas perecieron, así como muchos de ellos que morían de frío.
El dios del trueno descendió del Olimpo para recuperar a la hija de la diosa de la vida, pero cuál sería su sorpresa al encontrarse con Perséfone enamorada del dios de la muerte. Al explicarle la tristeza y desolación que había dejado su ausencia, llegaron a un acuerdo: la primera mitad del año Perséfone permanecería al lado de su madre y la segunda mitad viviría en el bajo mundo al lado de Hades.
Es por eso que tenemos las cuatro estaciones: la primavera y el verano están rozagantes de vida, el sol acaricia todos los rincones de la tierra porque Deméter está contenta al tener a su hija a su lado, el otoño y el invierno corresponden a la ausencia de Perséfone y a la tristeza que invade a la diosa por no tenerla junto a ella.
Cuando decidí vivir sola a los 22 años, pensaba que tal vez mi mamá tenía sus propias primaveras e inviernos.
En la primaria había una niña llamada Andrea que constantemente golpeaba a otros niños. Una tarde presencié que sus padres visitaban a la directora, yo estaba en las oficinas porque mi mamá me recogería temprano. Una de las maestras salió de la oficina principal, se acercó a la secretaria y le dijo: “¡Ya se abrió la caja de Pandora!”.
Cuando llegó mi mamá le pregunté:
—Mami ¿qué es la caja de Pandora?
—¿Dónde escuchaste eso?— me preguntó alegre, dispuesta a regalarme un mito más para mi colección.
En la dirección, los papás de Andrea, la que le pega a los niños, fueron a la escuela y una maestra dijo que se había abierto la caja de Pandora. ¿Por eso Andrea es así?, ¿por la caja?
—Pobre criatura— se tomó un momento para apaciguar sus pensamientos adultos en los que la violencia intrafamiliar explicaba la conducta violenta de una niña de siete años. Luego me tomó de la mano para explicarme con la voz más tierna el origen de la mítica expresión sobre Pandora—.
El dios Zeus estaba muy molesto con la humanidad puesto que uno de sus compañeros titanes, llamado Prometeo, les había regalado el fuego y él consideraba que el fuego era tan divino que no era digno de los hombres. Como castigo se le ocurrió crear, con ayuda de los otros dioses, a una mujer con un pedacito de arcilla, la llamaron Pandora. Ésta fue dotada con todos los encantos: Afrodita le dio la belleza, Hermes la elocuencia, Atenea la sabiduría, Apolo la música. La llevaron a la Tierra para entregarla como esposa a Epimeteo, hermano de Prometeo.
Sobre las manos de la hermosa Pandora depositaron una caja que era un regalo especial de Zeus. Lo que ellos no sabían era que en su interior estaban contenidos todos los males y las desgracias que la humanidad podía padecer y sufrir: como la enfermedad, la pereza, la locura, el vicio, la pasión, la tristeza y el crimen.
Zeus le dio la instrucción a la pareja de no abrir la caja bajo ninguna circunstancia. De entre todos los dones dados a la hermosa mujer, el dios del trueno le había añadido la curiosidad, así que, a pesar de las instrucciones explícitas de no abrirla, Pandora lo hizo y se extendieron por el mundo todas las calamidades que hasta hoy nos invaden.
—¿Y ahí acaba la historia?— pregunté cabizbaja.
Pues al fondo de la caja todavía quedaba algo que estaba escondido, era una pequeña luz que apenas y lograba verse: la esperanza. Así que Pandora se dedicó a recorrer el mundo a ofrecer a todas las mujeres y hombres la esperanza, que era lo único que le quedaba.
Por eso decimos que la esperanza es lo último que muere.
Así es, cuando te sientas triste, piensa en que Pandora siempre tendrá esperanza para animar tu corazón.
En nuestros viajes en carretera, Arnoldo me pide que le relate mitos. El fin de semana pasado le conté el mito de Discordia, para explicar por qué usamos la expresión “la manzana de la discordia” y como es que esta llevó a desatar la guerra de Troya.
Se celebraba en el Olimpo una boda, los novios pidieron encarecidamente que no se le extendiera invitación a Eris, diosa de la discordia, pero esta se enteró irremediablemente e hizo acto de presencia en la fiesta. Para demostrar que no estaba molesta, le extendió a Zeus un obsequio, una manzana dorada que tenía grabada la frase: “Para la más bella”.
—Querido Zeus, seguramente tú sabrás a quién corresponde tan maravilloso regalo, que tengas suerte— sentenció Eris retirándose lentamente.
—¡Claro que es para mí! No cabe duda alguna, soy Afrodita, diosa de la belleza—.
—No estés tan segura, es evidente que dado mi rango y poder, esa manzana me pertenece— dijo Era, pavoneándose alrededor de su marido Zeus.
—La belleza, acompañada de inteligencia es la dupla perfecta, así que lo siento, pero esa manzana es mía— Atenea se acercó a su padre extendiendo la mano.
Al no saber qué hacer, le pidió a Hermes que bajara a la Tierra y que debía encontrar al joven más bello de todos y que dicha joven debía decidir a quién darle la manzana.
El elegido fue el hermoso Paris quien, temeroso, aceptó el designio del gran Zeus. Las diosas se hicieron presentes.
—Querido Paris, si me eliges a mí, serás el guerrero más legendario de todos, las historias que se contarán a través de los siglos, no serán suficientes para honrar tu gloria— prometió Atenea.
—Mi buen Paris, si me eliges, serás el hombre más poderoso del mundo, ningún rey podrá compararse contigo, no habrá guerrero que pueda derrocar tu autoridad— ofreció Era.
Afrodita en cambio no habló mucho, se puso delante del muchacho y se despojó de sus finas ropas, quedando completamente desnuda ante él.
—¿Te gusta lo que ves Paris?
—¡Claro, maravillosa Afrodita!, ¡Claro!— respondió entusiasmado, sin permitirse parpadear.
—Si me eliges, tendrás a la mujer que es tan bella como yo en la Tierra, no hay mujer que iguale mi belleza como la de Helena de Troya y será toda tuya.—.
Lo que Afrodita decidió omitir fue que Helena era la reina de Troya, una mujer casada con el gran guerrero Menelao y que, al poner sus ojos en ella, se desataría la sangrienta guerra de Troya.
Al llegar a casa anoté en mi teléfono que en nuestro próximo viaje le contaré historias sobre criaturas mitológicas.
Viendo mi vida con perspectiva griega, hoy declaro que soy como un Fénix, el ave mitológica de color inigualable, alas de color escarlata y cuerpo dorado y que su origen proviene de las llamas. Es el único ser mitológico capaz de renacer de las cenizas, más bello, fuerte, digno y elegante. Soy como el Fénix que acumula todo el saber obtenido desde sus orígenes y así un nuevo ciclo de inspiración comienza.