Tengo pocos recuerdos de mi madre, ella solía estar echada para alimentarnos, éramos siete, debió ser difícil para ella alimentarnos a todos. Alguna vez nos sentó a su alrededor y explicó cuál era nuestro propósito en la vida: “Todo perro debe encontrar un humano, este será su mejor amigo para siempre, los humanos son especies curiosas, temperamentales, a veces no querrán estar cerca de ustedes, algunos son criaturas solitarias, pero nosotros como perros debemos estar siempre a su lado. Yo encontré al mío, pronto ustedes encontrarán al suyo”.
Un día nos metieron a todos en una gran caja de cartón, con un letrero que decía “se regalan perritos”, supe que ese día nos separaríamos tal vez para siempre. Fui de las primeras en irme, un niño me agarró entre sus manos y me mostró ante sus papás.
Me despedí de mis hermanos y emprendí una nueva vida, el pequeño me cargó entre sus brazos y me llevaron caminando a su casa, sus padres me acariciaban la cabeza mientras indagaban en lo que sería mi nombre: Muñeca, Lolita, Nala… ¡Tutsi! Se va a llamar Tutsi, dijo mi nuevo amigo. Moví mi colita, me sentía muy especial. Pasamos por un puesto de comida, el olor era delicioso y con todas mis fuerzas logré zafarme de sus brazos, ¡no podía resistirme! ¿Qué clase de olor era aquel? ¡tenía que averiguarlo! Traté de correr, pero antes de que pudiera acercarme más, mis dueños me tenían nuevamente en sus manos. Era un puesto de tacos, después me explicaron que esa comida era para personas, no para perros.
—¡Tutsi no! No puedes correr así, ¡te puedes perder! —dijo la mamá de mi amigo.
—Agárrala bien, es pequeña y no sabe andar en la calle.
¿La calle? ¿Qué es la calle? Con el tiempo entendí que la calle era peligrosa, que debía quedarme siempre cerca de mi amigo porque pasaban autos o motocicletas que podían lastimarme. Un día salimos de casa y caminamos mucho, desconocía el lugar, todo era nuevo para mí, no paraba de olfatear y entonces… ¡el olor a taco! ¡a taco delicioso! No pude contenerme y corrí con todas mis fuerzas, yo ya era un poco más grande en ese entonces y mi amigo no pudo agarrarme a tiempo, corrí y seguí corriendo y antes de poder llegar a los tacos un par de bicicletas cortaron mi camino, me asusté y quise regresar, pero no sabía cómo, corrí y los perros que estaban dentro de sus casas me ladraron, seguí corriendo y así fue como me perdí.
Los primeros días en la calle fueron difíciles, la lluvia, el ruido y los humanos, nadie me miraba, me acercaba a los puestos de comida para ver si a alguien se le caía un pedacito de carne o de lo que fuera, a veces lograba comer algo o beber agua de algún charquito, pero usualmente los humanos dueños de la comida me ahuyentaban con gritos, otros llegaron a patearme o a tirarme agua. Dormía en lugares diferentes y siempre me preguntaba si volvería a tener un amigo.
Un día un carnicero sacó una de sus ollas para lavar en la calle, me acerqué para ver si algo de comida podía rescatar mientras la limpiaba, él me miró y luego tronó los dedos ¡dos perros salieron ladrando, babeando y me persiguieron! Yo trataba de explicarles que solo tenía hambre, pero ellos no me escuchaban, entré a un túnel y los perdí de vista, nunca había pasado por ahí, el suelo era extraño, eran como canales de metal y tenía que tener cuidado de que mis patitas no se fueran a atorar, escuché un ruido muy fuerte ¡chuuuu, chuuuuuu! Y vi a lo lejos una máquina que se alejaba. Mi amigo tenía uno de esos de juguete y supe inmediatamente lo que pasaba ¡estoy en las vías del tren! ¡tengo que salir de aquí! Intenté correr, pero lo que temía pasó, mis patitas se atoraron en la vía, pasaron minutos y horas, lloré y lloré pero nadie me escuchaba, se hizo de noche, quedé en silencio un rato, sentía que la poca fuerza que tenía se me escapaba, un último intento ¡guaauuuu, guaauuuu! Silencio. Cuando sentí que definitivamente ya no podría salir de ahí, visualicé una bicicleta. Una muchacha se bajó rápidamente
—¡Ay no estás atorado! Ven déjame ayudarte —zafó mis patitas y me miró fijamente—. Ah, eres niña, ¡qué bonita eres! No estás herida, tranquila, me llamo Regina te voy a llevar conmigo.
Ningún humano se había presentado conmigo antes, me colocó en la canasta que llevaba al frente de la bicicleta y llegamos a su casa. Regina vivía sola, me dio agua y la terminé casi de inmediato, sacó del refrigerador comida y la puso junto al agua, ¡no podía creerlo! ¡era carne de taco!
—No tengo croquetas, pero puedes comerte estos taquitos ¡Qué bueno que te encontré! Mañana iremos al veterinario para que te revise. Esta es tu casa ahora, no tienes placa… no sé si tengas dueños… —vi en su cara tristeza, me acerqué y le lamí la mano, ella sonrió y me llenó de besos. Nunca me había besado un humano ¡qué bien se siente!
Al día siguiente fuimos al veterinario y no me gustó, me llenó de piquetes, me metió un termómetro por la cola, otro aparato en las orejas, según Regina todo era por mi bienestar.
—¿Cuánto tiempo tiene doc?
—No tiene más de un año, se ve saludable, yo creo que se perdió… ¿y cómo la vas a llamar?
Me llamo Tutsi, le dije a Regina, pero ella no me entendió.
—Parece un trapito —dijo sonriendo— Un trapito precioso. Se va a llamar Trapo.
Ahora me llamo Trapo, tengo dos años viviendo con Regina y soy muy feliz. Nuestra casa es enorme ¡tenemos un jardín!, me gusta hacer hoyos por todos lados. Tengo una cama enorme, pero Regina siempre me deja dormir con ella ¡en su cama! Lo único malo es que no podemos estar juntas siempre, Regina se va a trabajar y me quedo en la casa sola, a veces me aburro y me gusta morder los muebles de la sala o sus zapatos. Cuando ella no trabaja, salimos a pasear.
Regina está llena de sorpresas, llegamos del paseo y me dijo que mañana tendré un nuevo hermanito o hermanita.
Regina se fue al trabajo, hoy llega el nuevo perrito, estoy lista. Me asomo por la ventana, Regina parece molesta: “No puedo entenderlo, ¿para qué tienen perros si los van a tratar así? Como si no sintieran nada, pinche gente”. Abre la puerta del coche y carga una bolita de pelos color blanco, ¡es una hermanita!
—¡Trapito, mira! Ella es tu hermanita —la coloca sobre el suelo. —Se llama Morita.
Me acerco a Morita para olerla, me mira asustada y la lleno de besos y procedo a enseñarle nuestra casa, ¡parece que le gusta! ¡Bienvenida Morita! Le digo mientras salto a su alrededor, ella me mira y salta también. Regina nos toma fotos y nos abraza. No sé articular palabras, pero sé que Regina siente lo mucho que la quiero ¡es la mejor! Contemplo nuestra vida y a la nueva compañera, me pregunto ¿Cuál será la historia de Morita?