Un estilo de cine, sobrestimado, es el naturalista de largos planos, que dura más de lo convencional y compensa con fastidiosa contemplación la falta de sustancia dramática. Sobre todo, si se trata de algo complejo como la relación entre un cincuentón y una medio quinceañera.
Es, más o menos, tema y estilo del árido melodrama Danyka, o Mar de fondo (2020), cuarto largometraje del desigual Michael Rowe, que recicla cierta locura pasional que tan exitoso hiciera a su debut Año bisiesto (2010), y la mezcla con el azote existencial de la edad madura visto en Early winter (2015).
Armando (Demian Bichir), en cuanto conoce a la jovencita Danyka (Sasha González), entra en súbita crisis de insatisfacción emocional. Ella es ese mar de fondo que alude el título original: una marea que surge hacia el terreno firme de la playa. O de su masculinidad.
El exceso contemplativo no es ideal en historia que destila anacronismos, con un muestreo de lugares comunes sobre el enlace “difícil”, o de “tentación”, o en plan narcisista “tú eres yo”, para justificar su formalismo estético pasado de moda. Una película ni erótica ni intelectual. Un verdadero bostezo.