“Una mujer fuera de tiempo, que a pesar de tener una educación básica, supo regirse bajo sus propios valores, y sobre ellos, forjar todo su carácter, su ideal y sus sueños”, dice el músico y fotógrafo, Esteban Galván, quien ha dedicado parte de su vida al estudio y enseñanza de la historia de México.
De acuerdo con él, existen diferentes versiones sobre quién fue Doña Josefa y del movimiento independentista en el que participó activamente hasta el final de sus días.
“Por ahí dice la voz popular que la historia la escriben los que ganan, y siempre hay intereses de por medio. El trabajo del historiador es de los más difíciles porque tiene que ser objetivo y dejar de lado todos los sentimientos y prejuicios que tenga, y pocos son los que lo logran”, asegura Galván.
Aunque el 16 de septiembre se celebra la Independencia de México, señala que fue hasta 1836 cuando España reconoce su consumación, a partir de que en 1821 el ejército Trigarante, encabezado por Agustín de Iturbide, anunciara la liberación y la instauración de una nueva forma de gobierno.
“En todas las festividades que se hicieron de la entrada del ejército trigarante, que habían ganado el movimiento de insurgencia, nadie se acordó del corregidor y su esposa, nunca los invitaron a fiesta alguna. De hecho, Agustín de Iturbide en un principio fue quien persiguió y estuvo espiando a Doña Josefa Ortiz de Domínguez, pues simpatizaba con el movimiento, él era realista completamente. Pero, como una buena vendetta, a donde gira el movimiento se volteó, fue así que, negociando con Guerrero, llegó a ser el emperador de México”, relata y subraya la necesidad de revisar las diferentes versiones de la historia, para mantener vigente uno de los criterios fundamentales de la ciencia: la verificabilidad.
Por lo anterior, a través de diversos cursos en espacios como la Escuela Nacional de Antropología e Historia, y el Museo Regional de Querétaro, además de las constantes exploraciones de la literatura histórica, es que Galván se atreve a localizar los nodos discursivos, para perfilar a Josefa como un personaje clave en el proceso político y social de principios del siglo XIX.
De acuerdo con Galván, aunque no existe un acuerdo sobre la fecha y el lugar de nacimiento de Josefa, los datos más confiables apuntan a que nació en la Ciudad de México en 1768. Su madre, de origen español, María Manuela Girón, y su padre, Juan José Ortiz, murieron cuando ella aún era muy pequeña, teniendo que mudarse un tiempo con su hermana mayor.
En 1791, platica el docente, Josefa escribió por iniciativa propia una carta que aún se conserva, donde solicita ser aceptada en el Colegio de las Vizcaínas.
“El que supiera escribir a los 11 años nos habla mucho del carácter de Josefa, recordemos que en esa época a las mujeres se les enseñaba, por mucho a leer, pero escribir era algo inaudito”, asevera.
Más tarde, en este sitio conoce a su esposo Miguel Domínguez, un reconocido político y abogado, que junto con otros funcionarios, asisten un día a verificar las condiciones de la institución, para realizar algunas mejoras.
Juntos formarían una familia compuesta por 14 hijos, junto a quienes vivirían pocos años, en un ambiente de paz en las instalaciones del actual palacio de gobierno, en el que Miguel desempeñó de manera intermitente el papel de corregidor, a causa de los constantes enfrentamientos con los peninsulares que habitaban la ciudad.
“Querétaro durante el siglo XVIII había experimentado un auge en la cuestión de telares, se manejaba mucho eso, además se encontraba localizada en su territorio la Real Fábrica de Tabaco, única en la nueva España. No obstante, el corregidor se percató de que dicha bonanza se debía principalmente a la explotación de indígenas y mulatos”, narra Galván, quien asegura que a razón de esto, Don Miguel y Doña Josefa se mantenían más cercanos a las clases desprotegidas, y se relacionaban principalmente con criollos y mestizos.
Debido al frecuente abuso de los peninsulares o “gachupines”, como eran nombrados los españoles en la Nueva España, en diferentes lugares de Mexico, como Oaxaca y Zacatecas, comenzaron a gestarse movimientos conspiratorios, y Querétaro no fue la excepción.
Fue así que se creó un grupo literario llamado “los apatistas”, pues de acuerdo a sus miembros, lo integraban personas que “dejaban pasar la vida tal cual es, y no se preocupaban ni para bien ni para mal”.
Para entonces, España empezaba a perder el control de sus colonias debido a la invasión de su territorio por Francia en 1808, lo que permitió que los conspiradores pudieran reunirse de manera clandestina para planear el derroque del aparato burocrático virreinal.
“A altas horas de la noche, se reunían en cuartos muy alejados de las calles para que no los escucharan, donde discutían qué hacer y cómo preparar este movimiento que le iba a dar libertad a los criollos y a los mestizos, principalmente”, cuenta Esteban, quien afirma que si bien se congregaban para planear la independencia de México, la perspectiva que se tiene actualmente sobre esta noción, dista mucho de lo que ellos aspiraban.
“La independencia para ellos tenía que ver con liberarse del yugo francés, no obedecer tanto a las órdenes de la Península y traer a Fernando VII a la Nueva España”, puntualiza.
En este grupo se encontraban Ignacio Allende, Francisco Lanzagorta, Juan Aldama, Emeterio, Epigmenio González, Don Miguel Hidalgo y por supuesto, Doña Josefa Ortiz de Domínguez, quien al ser informada en la noche del 14 de septiembre, de que habían sido descubiertos a causa de la traición del capitán del regimiento de Celaya, Joaquín Arias, intentó prevenir a los demás conspiradores. No obstante, el corregidor la encerró bajo llave en el palacio, para evitar que sufriera las consecuencias de la persecución.
De acuerdo con algunas versiones, Doña Josefa Ortiz llamó con tres golpes de tacón sobre la duela a Ignacio Pérez, alcalde de Cárceles Reales, quien aguardaba en la prisión —ubicada en la parte inferior del palacio—, y a quien encomendó para que avisara a Ignacio Allende que habían sido descubiertos.
Tras lo sucedido, 400 conspiradores cayeron en Querétaro y Josefa Ortiz fue hecha prisionera en el convento de Santa Clara.
Luego de ser liberada gracias al alegato jurídico que presidió su esposo, a quien no se le encontraron pruebas de formar parte del movimiento, Josefa continuó con la lucha, siendo encarcelada y llevada a la Ciudad de México, donde pasó largos años en el convento de Santa Teresa la Antigua, y en el convento de Catalina de Siena.
En 1829 muere, y hasta 1882 sus restos son traídos al “Panteón de los queretanos ilustres”, ubicado en el Centro Histórico de Querétaro.
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