Era un día como cualquier otro y Ciaran estaba pensativo como era costumbre. Tras hacer ejercicio, ir al comedor de siempre y releer por quinta vez el mismo libro, se sintió desesperanzado, incomprendido todas las cosas que pasaban a su alrededor. Abrió su libreta azul favorita, en la página marcada por la fuerza del bolígrafo al escribir, ahí justo donde lo había dejado el día anterior. Esa libreta azul era como una parte del él hecho papel con tinta, escribía ahí sus verdaderos pensamientos, lo que nunca diría a nadie, lo que debía enterrarse en lo más profundo de su ser. Las páginas procedían de la siguiente manera:

«No quiero sentir repulsión hacia mí, sin embargo, aborrezco mi vida, parece que no corresponde conmigo, ¿Cómo el resto del mundo puede vivir así? Tan sumergidos en sus quehaceres diarios, tan ignorantes a su propia naturaleza. No soy como ellos, me gusta pensar que, en el buen sentido de creerme especial, de soñar que estoy destinado a cosas más grandes y no puedo estar en un sólo lugar como la mayoría, aunque quizá esta sólo sea la respuesta automática de mi ego que intenta decirme que la infelicidad también vale la pena vivirla. Pareciera que soy adicto al dolor, la sed masoquista que me impulsa a seguir lamentándome ¿y qué si no veo más que sufrimiento en el cual seguir empapándome? Me siento asqueado del “Siempre hay una razón para sonreír”».

Tras leer lo que escribió, se recostó en la cama y  empezó a recordar  los  días en los que se  había sentido plenamente feliz. A sus pensamientos llegó el que esperaba todos los días; el de Adya, la mujer más bella en su opinión, sabía que era hermosa y que  lo había atraído desde el primer instante, no obstante, era incapaz de recordar su rostro, no importaba cuánto intentara esforzarse no podía decidir si sus ojos eran color miel o verdes, si su mentón era afilado o achatado, con pómulos pronunciados o mejillas suaves y rosadas, sería que sus labios eran carnosos o simétricamente delgados. No importaba realmente cómo lucía sino lo que había vivido con ella. Ciaran pensaba que la depresión había afectado alguna parte de su cerebro que se relacionaba con la memoria, pues después de haber compartido tanto tiempo con la persona más importante para él hasta ahora era increíble que no pudiera describir su aspecto físico.

Adya representaba lo que él llamaba su único amor. La conoció después de graduarse de la universidad, en su primer empleo, en el cual no duraría mucho pero el amor que surgiría entre ellos sí que lo haría. Ella era su confidente, su amiga, su amante. Hacía poco más de un año que se habían separado, más por decisión de ella que de él, con seguridad sabía que no podía brindarle lo que ella necesitaba. A decir verdad, siempre le pareció bastante demandante, su personalidad absorbente hacía que quedara poco espacio para él; aunque eso no aminoraba las ganas de regresar con ella, de  ver ese rostro que con tantas ganas deseaba conocer otra vez.

Absorto en sus pensamientos, se mostró decidido a efectuar la última idea que había venido a él: le escribiría una carta a Adya,  como los amantes antiguos, expresaría todo su afecto como nunca lo habría hecho y  la enviaría con la esperanza de que quisiera reencontrarse con él.

«Mi admirable Adya:

He pensado tanto en ti los últimos días que no he podido evitar ponerme en contacto contigo. Tantos recuerdos que poseo de nosotros dos juntos hace a mi corazón rebosar de alegría. A veces quisiera saber un poco de ti,  enterarme que todo marcha bien, si esos sueños que me contabas ahora son metas cumplidas. No sé si sólo se trata de la nostalgia, de extrañarte cada día, bueno es que uno añora siempre el lugar donde nuestro ser es tratado mejor que con uno mismo. Si pudiera regresar el tiempo haría las cosas diferentes, sé que eso no es lo que quieres escuchar, pero con toda la sinceridad que puedo expresar al momento te digo que nunca quise hacerte daño, mi intención era más la de procurarte, pero a veces nuestros demonios internos pueden volverse más fuertes en un momento de locura y terminan por acabar con todo lo bueno que tenemos. Lo que daría por verte otra vez, aunque sé que no es posible me reconfortaría saber que aún piensas en mí, que no has olvidado la persona que soy, no me refiero a la última imagen que tuviste de mí sino aquel que conociste en esa sala de juntas cuya mano estrechaste y le regalaste tu sonrisa.  Me gusta pensar que en alguna otra realidad lo nuestro pudo seguir siendo, que esos tú y yo ahora han envejecido y sólo esperan a que la vida siga pasando mientras se toman de la mano. De lo que sí estoy seguro es que tú serás la única que alguna vez amaré y así como te has quedado grabada en mí, una parte de mí siempre estará contigo.

No me queda más que decirte que mis mejores deseos te hagan compañía.

Por Siempre tuyo.

Ciaran»

Después de que enviara la carta pasaron meses sin obtener respuesta,  estaba a punto de olvidar el tema cuando en alguna ocasión revisando su correspondencia  ahí estaba, el nombre del remitente que tan bien conocía, un gesto de satisfacción se apoderó de él al igual que el nerviosismo de sus manos que torpemente le permitían abrir el sobre.

«Ciaran:

Por supuesto que no he podido olvidarte, cómo lo haría, tienes razón al decir que una parte de ti se quedó conmigo, lamentablemente así fue. Tan miserable tienes que ser que aún te crees dueño de mí, aunque tu juego terminará ya hace tiempo, soberbiamente crees que me importa lo que tengas que decir, puedes tragarte tus palabras, defecarlas o ir a vomitarlas en otro lado. En realidad, me agradaría que cumplieras tu promesa de nunca más volver a amar a alguien como a mí, porque no le deseo a nadie lo que yo viví contigo. Sabes, ese es nuestro pequeño secreto, uno que ni siquiera quise tener: la verdad de quién eres, sólo yo la descubrí y tú la enfrentas todos los días. ¿Nunca te cansas de aprovecharte de los demás? Los dos estábamos tan perfectamente destruidos que encajamos de manera ideal, mi desgracia se acabó en el momento que aprendí a decir "No", pero ¿cuántas veces tienen que decirte "no" a ti para que dejes de vivir de esa manera? Me traicionaste de múltiples maneras, demostrando siempre que podías desecharme cuando ya no me requirieras. ¿De verdad vienes y me dices que no recuerdas mi cara? Esos labios cuya sonrisa borraste, los ojos que apagaste, las mejillas que deformaste y la nariz que rompiste en dos, no olvidemos los dientes que tiraste porque para ti mi risa nunca fue demasiado bonita.

Me mentiste, no lo digo con afán de despecho o con la desilusión de ideales no cumplidos, sino con el repudio al verdadero ser que habita en ti. Porque no pudiste verme como humano, como una persona al lado tuyo, sólo era un objeto, una vil insignia en tu vida, un trofeo que colocar en la repisa vacía de tu autoestima. Te pido de la manera más atenta que no vuelvas a escribirme. Por mí puedes seguir pudriéndote en la cárcel.

Mis más sinceros deseos de destrucción para ti Adya»

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