Si hablamos de la memoria habría que preguntarnos si es sólo un fenómeno marginal o central para nuestras vidas. ¿Hay algo distinto a la memoria que nos haga presente lo ausente? O, para decirlo sostenidamente, ¿hay algo más vivaz, capaz, voraz, sagaz, veraz, mordaz y fugaz que la memoria?
Son preguntas que justamente nos hacemos al leer este libro. La nueva obra de Alejandro Toledo ¿Hay algo más tenaz que la memoria? se entreteje en estas dos encrucijadas aparentemente simples: la memoria y el olvido. Son parte del escenario. Ambas cosas se tocan y se alejan. El fenómeno de la memoria está enmarañado por diversas situaciones que la complican radicalmente: el recuerdo, la rememoración, el testimonio y el archivo, la historización de los acontecimientos, la temporalización existenciaria. Se complejiza por doquier. Y es que, como señalaba Paul Ricoeur refiriéndose al reto de la memoria, la ambición de fiabilidad del recuerdo está suspendida en el enigma constitutivo de la memoria, la relación entre presencia, ausencia y distancia. Ha sido históricamente una forma variable de ser, estar, conocer y percibir. Frances Yates, en su libro El arte de la memoria, dejó ver que la manera de devenir de la memoria se ha transformado constantemente. Hay tradiciones que la convierten en teatro, en método, en ostentación retórica, en arquitectura, en salvación. Hay más ejemplos. Son muchos los contextos que se enfrentan a una memoria tenacísima.
Pues bien, si en literatura todo avance es un retorno (p. 111), según dice Toledo, entonces la memoria literaria es un caso especial de acontecimiento. Nada tiene de sorprendente que en literatura memoria e imagen se unan y al mismo tiempo se diferencien. Es una compleja apropiación que al momento de interpretarse se convierte en una nueva forma de apropiación. Y ahí nos encontramos: esta obra es una reapropiación de la literatura y el cine en sus “efectos personales”. Digo efectos personales recordando a Juan Villoro quien, en su libro de título homónimo, dijo que los ensayos literarios “entregan el retrato íntimo y accidental de sus autores”. O sea que el ensayo, antes que intelectualizar la literatura, actualiza al ensayista. Y sí, quizá sin proponérselo, Toledo presenta aquí su anecdotario personal. En varias páginas podemos descubrir recuerdos —ora quijotescos ora sanchopancescos— de nuestro anfitrión asistiendo a —e insistiendo en— la vida literaria de México. Así da una obra, en cierta medida, valerosa e intensa.
La travesía de Toledo cumple un recorrido de 187 páginas y se divide en dos secciones o estaciones. La primera inicia su trayecto en el hombre-máquina de Frankenstein, donde destaca cómo la sobresaliente pluma de Mary W. Shelley configuró un imaginario narrativo aún vigente “la frescura y el horror de un muerto vuelto a la vida” (p. 26); luego leemos un ensayo que sigue de cerca la gestación y vuelo de una obra memorable de Joyce; con ojo crítico, encontramos líneas dedicadas a Dalton Trumbo y Lilian Hellman, en las que se notan las batallas y confrontaciones sociales que acompañan al cine; finalmente, tiene mucho interés leer el itinerario autobiográfico que hay detrás de una novela tan memorable como A sangre fría de Truman Capote. Ahí, los pasajes seleccionados nos revelan que escribir es un esfuerzo constante.
De la segunda sección se deduce un memorando de las letras mexicanas. Bajo la figura del detectivismo literario, se averiguan las influencias de Francisco Tario, a quien, con su respetable excentricidad, sitúa Toledo entre Reyes, Borges y Fuentes. Hablando de los excéntricos, Toledo se ocupa de algunas figuras marginales. ¿Qué escritores podrían estar en el camino de los inclasificables? En las páginas 91-101 se condensa la presencia de algunos raros y se apunta el aterrizaje de cabeza de un raro no muy desconocido: Efrén Hernández. Creo que es necesario conocer esa red de individualidades marginadas. Este libro reconoce su existencia.
En lo que se refiere a Rulfo —o el inolvidable “influencer” de la literatura latinoamericana—, se propone una relectura que no se limita a lo superficial sino penetra lo estructural. Justamente, entresacando influencias a veces olvidadas, Toledo aborda una “summa” de experiencias vitales que participan en la construcción narrativa de Rulfo, a la que, siguiendo a Segovia, identifica como “un puro milagro” (p. 112). Ahora que, si de milagros hablamos, el ensayo “Rulfo y Arreola: el parto de los montes” desenreda una ruda polémica, siempre digna de leer, sobre los orígenes de la obra que hizo trascender el nombre de Comala.
Asimismo, Toledo salda una deuda con las voces femeninas. Sin estruendos y luminosamente. Porque, bajo un interesante ejercicio de literatura comparada, Toledo propone contrastar las novelas de Josefina Vicens y María Luisa Bombal. Su tesis es que Vicens, heredera de Virginia Woolf, está pensando en una voz propia que concentre lo femenino en la escritura (p. 147). En este tenor, se reproduce un homenaje por, desde y con el universo literario de Amparo Dávila. Con la escritura de este comedido apartado aparece una forma muy interesante para futuros homenajes.
En esta misma sección de la obra, luego de un breve ensayo que hurga en torno a Elizondo, queda inmerso y expuesto un poema collage que recrea la problemática del olvido inspirándose en la obra de Farabeuf. Después, cordialmente rememora la generosidad de tres maestros: Rubén Bonifaz Nuño, José Emilio Pacheco y Vicente Leñero.
En suma, se trata de 16 ensayos dotados de una energía potencial desarrollada con base ternaria: teoría, lenguaje literario y anécdota. Y asumiendo esa correlación, ciertamente la rareza, la excentricidad y la monstruosidad se vuelven importantes para Toledo.
Con esta obra, Toledo aporta un examen de materiales literarios amenazados por la olvidanza. Hace habitable el texto crítico. Su escritura es ágil, clarividente y pensadora, sin obsesiones academicistas. Pero no nos vayamos con la finta, que aquí no tenemos un ensayista “de la memoria”. El perfil es otro. Algo clave en la perspectiva implícita de Toledo es que confía en el deseo epopéyico —y casi ritual— del ensayo, que es poder ir al tema seleccionado y regresar sano y salvo, no como se fue sino distinto, al final con algo transgredido y en reserva de testimonio (en comunión con la tradición ensayística de Montaigne). Y, en fin, cuando el tema es el de la memoria tiene una intensidad extraordinaria leer las rutas andadas.
Ante el hecho de que el ensayismo literario en México no tiene un registro constante, y de que suele amueblarse la mayoría de las veces de lectores ocasionales, la obra de Toledo es un texto —y no pretexto— ideal que propone un cuadro de la historia cultural de México. Y no siempre sucede esto. Entonces, habrá que leer y releer esta obra con la tenacidad que guarda la memoria y el olvido.
El texto anterior es un fragmento del que se leyó en la presentación del libro que organizó el Fondo Editorial de la Universidad Autónoma de Querétaro el 18 de abril de 2019, en el Museo de la Ciudad. Para conocer el texto completo, puede dirigirse al artículo digital en la página La Santa Crítica.
Toledo, Alejandro. (2019). “¿Hay algo más tenaz que la memoria?”, Fondo Editorial UAQ, colección Prosa Nostra, Querétaro.
*** Fondo Editorial, Universidad Autónoma de Querétaro