Hoy encontré, olvidado, en el fondo del interior de un cajón, un gorrito negro, con letras doradas y un poco desgastadas que decía “Feliz Año Nuevo 2020”, lo tomé en mis manos, estaba salpicado con unas gotas de vino e impregnado con ese olor tan particular, el aroma de las cosas que se guardan durante mucho tiempo y qué al tocarlas de nuevo, desprenden un recuerdo, como si tuvieran vida propia, trasladándonos al pasado, así, de golpe y porrazo.

Y bien, me remonté un año atrás, cuando en medio del alboroto, algarabía y expectación que causa el inicio de un año nuevo, esperábamos, ansiosos, que sonaran las 12 campanadas, estando muy pegaditos, unos con otros, chocando nuestras copas, colmados de abrazos, besos, degustando las uvas, una para cada mes, como si de ellas, dependiera el “mágico poder”, que les atribuimos de hacer realidad nuestros más anhelados deseos. Incluso, seleccionamos las más grandes y apetitosas, y las sumergimos en miel, para que al cumplirse nuestros sueños sean más dulces y exquisitos.

En aquel momento se disparaban los propósitos para el año venidero, con tal ebullición y júbilo como las chispas de los juegos pirotécnicos: “Este año, sí brinco el charco”, “Este año, sí me caso”, “Este año, sí dejo de fumar”, “Este año, sí comienzo a hacer ejercicio”, “Este año, sí empiezo a ahorrar” y así, la lista de deseos se extendía, casi de manera, interminable. Y, por supuesto, no queríamos que ese estado de alegría pletórica nos abandonara, porque así debería de ser, porque somos merecedores de eso y más, mucho más.

Teníamos la cara puesta en el futuro, algunos ya con boletos de avión en mano, con títulos de maestrías por concluir, graduaciones por festejar, viajes por realizar, inmersos en nuestro mundo, creyendo que todo lo teníamos bajo control y, por ende, sintiéndonos autosuficientes.

Sin embargo, llegó un visitante extraño y silencioso, que se instaló entre el espacio, que existe entre nosotros y los demás, minúsculo, invisible, pero letal, viaja en el aire, se adhiere a las sillas, a los muebles, a los teclados, a la ropa, es un poco tímido, no le gusta que lo vean, es irreverente, impío y descarado, llega sin avisar, se filtra por los ojos, por las narices y por la boca, sin que siquiera te des cuenta y en contra de tu voluntad.

Se llama Covid-19, así lo nombró la OMS, el significado es simple: Co, de corona: Vi, de virus; D de disease y 19, por el año en que surgió.

Al principio nos negábamos a aceptarlo, nos reíamos de él, no podíamos creer que algo tan diminuto nos dijera qué hacer, qué usar, y, sobre todo, nos impidiera salir, a nosotros, los humanos, amos y dueños del mundo, tan poderosos e inmunes, capaces de dominar a las demás especies, líderes de la inteligencia artificial, soberanos de la comunicación virtual y de la computación cuántica. Simplemente, nos empeñábamos en negar su existencia. Nuestra infinita soberbia impedía ver más allá.

Sin embargo, fue como una ola gigante que arremetió contra la humanidad y la dejó a la deriva, desnuda, vulnerable, indefensa, preguntándose si debía preservar las estructuras conocidas o, quizá, era momento de comprometerse a un cambio, a un modo de pensar distinto, a confrontar esta nueva realidad.

La pandemia a lo largo de este año ha afectado la forma de vivir de millones de personas en todo el mundo, ha desmoronado la estructura que habíamos construido, quizá, con una falsa creencia de sabernos vencedores y de tenerlo todo bajo nuestro control. Nos ha obligado a ver hacia nuestro interior y al interior de los demás, a mirarnos de cerca, a reconocernos, como especie, como ser humano, más allá de nuestra raza, nacionalidad, edad o posición social.

A través de nuestro confinamiento, y después de que nos ausentamos, vimos, con mirada atónita, cómo la naturaleza fue recuperando su lugar, y algunos animales, como los pumas, jabalíes, pavo reales y patos caminaban libremente por las calles desiertas. Los animales manifestándose por la vida y nosotros apenas sobreviviendo. Gran lección que nos hizo plantearnos nuevas interrogantes, acerca de nuestra interacción con el planeta y con la naturaleza.

Nuestras prioridades se fueron desplazando y las preocupaciones mundanas y de satisfacción personal dejaron de ser importantes, esto se convirtió en un tema más grande, en un tema de supervivencia. La bofetada que recibimos nos demostró que no somos tan fuertes, inmunes o poderosos, somos una especie como cualquier otra, con la misma posibilidad de extinción, así como se han extinguido, a lo largo del tiempo y quizá bajo nuestra cruda indiferencia, el pájaro dodo, la vaca marina y el alce irlandés, por mencionar algunos.

La celebración de este fin de año, con toda seguridad, será distinta, quizá no estaremos todos reunidos, quizá habrá más de un lugar vacío en nuestra mesa que no se volverá a ocupar, quizá en lugar de la alegría desbordante, sea necesario un minuto de silencio por aquellos que ya no están con nosotros, quizá sea un momento de reconocimiento, por todos aquellos, que arriesgaron o incluso perdieron la vida, como fueron los médicos, las enfermeras, los trabajadores de la salud y por todos aquellos que se convirtieron en nuestros héroes invisibles.

Y aunque la pandemia, ciertamente, nos ha dejado inmersos en un caos, también nos ha dejado una gran enseñanza, nos ha demostrado que no es necesario tener mucho sino tener lo esencial, nos ha ayudado a renunciar a querer controlarlo todo; a entender que la incertidumbre, es una norma y no una excepción; hemos aprendido que necesitamos preservar la ayuda mutua para cuidarnos entre todos; nos ha brindado un paréntesis en el camino, que nos puede servir de motor, de impulso, para saber que la única certeza que tenemos, es la de nuestro corazón.

Que el siguiente año, lo esperemos con esperanza y que, al saborear las 12 uvas, nuestros propósitos, se fundamenten en una mayor empatía y amor hacia los demás.

Información para saber más sobre la autora

Nombre: Sandra Fernández Delgado. Nació en Toluca, Edomex.
Contador público de profesión, amante de las letras por devoción.
Ha participado en varios talleres literarios, destacándose su gusto por la narración y fomento a la lectura, a través de círculos de lectura, que forma parte.
Talleres literarios:  “Los Ángulos de la Narrativa”, en la Casa de cultura integral de Querétaro y  “Taller inicial de Narrativa”, en Casa Tomada. Alumna del taller “Letras a granel”, que imparte la escritora Ayari Velázquez.
Círculo de lectura:
 Bookinrent.

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