En mi casa había pocos libros. Cada año recibía con emoción los de texto gratuito. Sentía como si llegaran los Reyes Magos a la escuela, y a pesar de que eran ediciones modestas, extraño haberme desecho de ellos. En los años 80 no había ferias del libro orientadas a niños y jóvenes. En mi casa el único que agarraba un libro era mi papá. Recuerdo que después de bañarse leía acostado, hasta que se le secara el pelo, una colección de novelas que se vendían cada semana en el puesto de periódicos.
Mis maestros de primaria no estimularon en mí la lectura. Los de secundaria me hacían comprar títulos como “Mujercitas y Hombrecitos”, de Louisa May Alcott, para leerlos a fuerzas y pasar la materia. Cuando la maestra de ciencias sociales nos preguntó qué nos dejaban leer en la materia español, nos regañó y dijo “no lean eso, yo quiero que sean mujerzotas y hombrezotes”.
En la preparatoria, el poeta queretano José Luis Sierra Salcedo nos dejó leer “El llano en llamas”. Pero tampoco se estimuló ese interés a fondo por leer constantemente. Luego estudié una carrera donde el pan de cada día era leer lo técnico de cada materia. Mi redacción y ortografía eran pésimas.
Cuando di clases en la UAQ me di cuenta que la mayoría de los alumnos sufrían las mismas carencias que yo, en su momento. No habían leído casi nada, no sabían leer en voz alta, su ortografía y redacción eran de espanto. Muchos se escandalizaban cuando les decía que sus carencias eran culpa de sus profesores, que nunca se preocuparon por corregirles y sólo les ponían una calificación aprobatoria para cumplir con su cuota de aprobados; culpa de sus papás, quienes tampoco se preocuparon por su formación, y culpa sobre todo de ellos mismos, quienes se conformaban con el bajo nivel educativo que tenían hasta el momento. ¿Cuánta gente anda por ahí con un título y no sabe leer ni escribir correctamente?
Supongo que la Secretaría de Cultura, el Sistema Estatal DIF, la Escuela Normal Superior y la Unidad de Servicios para la Educación Básica en Querétaro, tendrán la conciencia tranquila pues en el IV Encuentro de Lectores y Feria del Libro Infantil y Juvenil asistieron 14 mil 500 personas. En su mayoría fueron estudiantes transportados desde sus escuelas. Los padres de familia también tendrán la satisfacción de saber que sus hijos fueron un día de la semana a una feria del libro en la que vieron una obra de teatro, asistieron a un taller o a una charla. Y que con eso se merecen un aplauso y la labor educativa y cultural va viento en popa. Según datos del INEGI 2015, la ciudad de Querétaro cuenta con casi 900 mil habitantes y los asistentes a la feria representan el 1.61% de su población. La Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil que se celebra en CDMX es la feria más importante en su tipo y el número de asistentes rebasó los 350 mil en 2017. Esto representa el 3.88% de su población.
No significa que llevar a los estudiantes a la feria sea malo. A más de alguno se le habrá despertado el interés por la lectura. Lo malo es creer que la logística y organización del IV Encuentro de Lectores y Ferial del Libro Infantil y Juvenil son funcionales y merecen repetirse.
Por ejemplo, la presentación de los de libros del Fondo Editorial de Querétaro fue cancelada porque no había nadie. La presentación de la plaquette “Homenaje a los poetas queretanos”, de Herring Publishers no pasó de los cinco asistentes por día. La razón: el horario y la mala difusión del evento. Las lecturas eran a las 19:00 horas y los alumnos ya habían tomado su camión de regreso. Igual pasó con las lecturas de Blanca Guerra y Tiaré Scanda: el patio lucía medio vacío. Además los libreros casi no vendieron. Los alumnos no son los que compran, sino sus papás. Y para que vayan los papás la feria necesita hacerse sábados y domingos.
Otra cosa a mejorar: la difusión del evento. Apenas se anunció el cartel el lunes de esa misma semana. Me imagino que los organizadores ya sabían que tenían a un público cautivo de chamaquiza asistente y no era necesario anunciarlo con bombos y platillos. Esto es un error. Las ferias son eventos públicos en los que todos los ciudadanos merecen enterarse del quehacer cultural en la ciudad. Y es ahí donde me pregunto por qué se publicitan más ciertos eventos en plazas y estadios orientados al show y no se le da la misma difusión a los eventos formativos.
Sale más barato entretener que formar en el corto plazo, pero a la larga sale más caro para el país, pues los ciudadanos se convierten en una especie de zombies intelectuales. En vez de tanto festival de la nieve, la gordita, el pulque, la cerveza y el guajolote, lo que realmente vale la pena a largo plazo es invertir en eventos formativos.
A esta ciudad le urge una feria del libro internacional y no meros tianguis de libros en plazas o recintos. A esta ciudad le urge saber organizar eventos culturales que vayan más allá del show y los impactos mediáticos.
* Rafael Volta es ingeniero en electrónica, autor del poemario “Principia Mathe-Machina”, y del cuadernillo de dramaturgia “The Q Horses”.
arq