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Opinión. Soy la...

La escritora Ayari Velázquez reflexiona sobre el lenguaje y explora las expresiones que son relacionadas con el poder

Foto: Archivo
08/05/2022 |14:32
Redacción Querétaro
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Todas las palabras definitorias de la psique mexicana pueden ser lo mejor y lo peor a la vez: madre, chingada y verga. Hoy hablaremos sobre la última y cómo es que su uso ha permeado en el inconsciente a tal grado que la mayoría de las expresiones que la acompañan están relacionadas con el poder, por ejemplo: soy la verga, lo cual refiere a soy el / la mejor, soy el / la más fuerte.

Las palabras riata, verga, piocha, entre otras fálicas enunciaciones encierran un misticismo psicológico muy interesante, mencionaremos algunas teorías Freudianas que explican por qué nuestro inconsciente interpreta tales manifestaciones entendiendo que la verga es poderosa, la riata es magnífica, nunca se equivoca, es dueña de la verdad absoluta, todos la respetan, nadie se mete con ella. La connotación que les damos también hace alusión a cantidades, en el norte dicen “hace un verguero de calor”, o sea mucho, en el sur dicen “tengo un vergalalal de trabajo”. Así que hasta ahorita podemos ver a la palabra verga como algo magnánimo, inmenso.

Cito un par de diálogos de conocidas y compañeras de trabajo en los que utilizan la palabra fálica para conversar entre ellas, en este caso la utilizan como si fuera un pronombre y quiero mencionarlas  porque las palabras fálicas se expresan en todos los ámbitos y estratos sociales, no son exclusivas de personas que no tienen una formación académica. La riata se expresa hasta en los paladares más exquisitos.

Conversación 1
Micaela no entiende cómo es el protocolo para revisión de piezas mecánicas en el área de Ingeniería de Calidad, le pide a su amiga Mary, quien realiza las prácticas profesionales con ella, que le ayude a repasar el proceso nuevamente:
—Mary no entiendo los pasos, explícame de nuevo. 
—A ver verga, pero ya pon atención.
*Interprétese como: Sí Micaela, pero ya pon atención.

Conversación 2
Esther y Camila discuten sobre cómo destinar los recursos que perciben en su fundación, la primera quiere usarlos para contratar especialistas en salud mental, Camila opina que es prioridad tener un espacio más amplio.
—Pero bueno, qué vas a entender de espacios si vives en un huevo de Infonavit.
—¿Te crees muy verguita, verdad?*
*Interprétese como: ¿Te crees muy valiente, verdad? ¿Te sientes muy osada? 
Recuerdo que al final de una plática sobre “empoderamiento femenino” a la que asistí por invitación una amiga, conversamos sobre la ponente; hace 10 años no me habría puesto a meditar o analizar la manera en la que me expresaba verbalmente, a los 20 uno no se fija cómo utiliza el lenguaje, mientras uno se dé a entender es suficiente.  A los 30, el uso del lenguaje pasa a ser analizado y cuestionado por mi psique. 
—¿Te gustó la plática?
—No.
—Qué mamona, yo creo que la coach es la verga.
—¿Cómo? 
—Pues sí güey, chingona.
—Suena mejor decir que es chingona, ¿no crees?
—¿Por? 
—Pues porque en teoría ella no tiene un pene, no puede ser algo que no tiene.
—Bueno a ti ningún chile te embona, ¿verdad? 
—Sólo digo que suena contradictorio decir que es “la verga”, cuando su plática trató de lo maravilloso que es ser mujer. 
—Ay ya güey equis, todas lo decimos, hasta tú. 
—¿Por qué en lugar de decir soy la riata, no decimos soy la gran vagina, la súper nalga, el clítoris poderoso?
—Ay güey nadie quiere ser una vagina, suena bien equis —dice con una mueca de asco y desaprobación.

He ahí la respuesta a el por qué insistimos en querer hacer uso de riata, piocha, verga, como adjetivos de poder y autoridad: nadie quiere ser un órgano genital al que se percibe como vergonzoso y poca cosa. En Tampico, la gente usa la expresión “panochón” para referirse a que alguien es cobarde y poco inteligente.
Hablemos un poco de biología, el pene es un órgano externo, se manifiesta como una extensión del cuerpo, tiene movimiento, es eréctil, incluso ruidoso, cuando los hombres orinan, el chorro que conlleva el acto de micción anuncia su presencia. La genitalidad femenina en cambio es interna, no se percibe o visualiza con facilidad, es cavernosa, silenciosa, desconocida, para poder visualizarla necesitamos aditamentos para tener una mejor percepción de cómo es. Freud, en sus  inicios dentro del psicoanálisis,  teorizaba que  parte de que el falo sea visto como una figura de poder es precisamente por su fisionomía; en cambio, la vagina se vuelve algo secreto, escondido y su interpretación inconsciente repercute en lo prohibido. Por eso se nos demanda y enseña a ocultar nuestro sexo: “siéntate bien”, “que no se te vean los calzones, cierra las piernas”, “las niñas decentes usan short debajo de la falda”, “mira cómo te sientas, sólo andas provocando que te vean”.

Lo anterior evoca un recuerdo de mi infancia, uno que seguro comparto con algunas de mis lectoras. Para las vacaciones de verano, viajábamos al norte de Veracruz, donde nació mi mamá, las preguntas clásicas que hacen los niños acompañaban la travesía: “¿Ya casi llegamos?”, “¿Cuánto falta?”, “Tengo hambre”, “Tengo sed pero no quiero agua”, “¡Quiero hacer pipí!” Esta última era un detonante definitivo para el rumbo de nuestro camino, si era mi hermano el que necesitaba ir al baño, no había problema, se resolvía al instante: pásenle un vaso, aquí de volada me orillo. Ser hombre te permite orinar de manera efectiva en cualquier superficie o contenedor, pero si era yo la que tenía que ir al baño los nervios de mis padres eran notorios: “¡No, aguántate tantito, acabo de rebasar muchos tráilers y si paramos nos van a alcanzar!”, “Claro que no puedes hacer en un vaso, vas a batirte toda, espérate”. “No hay gasolineras cerca, vas a tener que hacer aquí, ni modo”. Mi papá se orillaba, abría las puertas del lado del copiloto, mi mamá se ponía detrás de mí con una toalla y trataba de cubrir todos los espacios para que los autos no me vieran, seguido de un “¡Apúrate que te van a ver”. Terminaba lo más rápido que podía y en un movimiento rápido ya estaba yo en el asiento trasero, mientras mi hermano cerraba los ojos.

Cuando la gente ve a dos hombres orinar en la carretera, puede reírse o ignorarlo, pero si hay una mujer en la misma situación se vuelve morboso, inmoral, exhibicionista, ¿por qué? Hemos crecido con la idea de que nuestro cuerpo debe ser oculto, que una mujer “respetable” debe taparse, porque el cuerpo de la mujer parece ser sinónimo de una gran vergüenza. Explicamos con anterioridad la teoría de Freud respecto a la genitalidad, ahora que lo entendemos debemos evolucionar ese pensamiento, el cuerpo de la mujer debe dejar de ser visto como un morboso tabú.

Al escribir este artículo consulté con mis amigas si tenían expresiones que pudieran sustituir las palabras antes mencionadas, estas son algunas: Soy una chingona, soy una mujer empoderada, una diosa, reina, bichota, motomami, potra, diva, campeona… ¿lo ven? Sobran adjetivos que enaltecen la femineidad, ¡las invito a utilizarlos!