La Ciudad de México es un lienzo sobre el cual los líderes gustan pintar sus incongruencias. Caminamos por Paseo de la Reforma el fin de semana pasado y al estar de regreso en el hotel, recordé una cita de María Luisa Puga: “En los bordes de mi ciudad he visto crecer toda clase de ideas descabelladas, incomprensibles, falsas. He descubierto las formas más feroces de resistencia o los casos de fracaso más patéticos”. En nuestro recorrido nos encontramos, aunque esto no es nuevo, que las Alas de México, del artista Jorge Marín y colocadas en la administración de Calderón, que habrían estado por 10 años en Reforma y Grutas, ahora se esconden a la altura del camellón lateral y el entronque con Varsovia. ¿Por qué las movieron? Esas alas eran emblemáticas y su ubicación era digna de su belleza, frente a ellas, Tláloc y el Museo de Antropología. Cientos de miles de capitalinos, provincianos, extranjeros hacían filas para tomarse una foto con ellas, pero a alguien no parecía gustarle del todo que estuvieran en aquel espacio idílico y como si moviera un mueble de su casa, la nueva jefa de gobierno las cambia de lugar en una ubicación desapercibida, argumentando que así están más cerca del Ángel de la Independencia. Parece que a los electos en el poder les gusta pretender que las ciudades y estados que gobiernan les pertenecen, se les ha olvidado que son nuestros empleados y que la ciudad es de los ciudadanos.

Por la tarde entramos al Museo de Memoria y Tolerancia. El contexto del museo es el genocidio. El genocidio armenio, el de Camboya, el de la ex Yugoslavia o los de Guatemala y Ruanda, cuyo común denominador fue que no había diferencias de raza o religión, solo un odio infundado por sus líderes políticos que pregonaban separarlos por ideales, provocando que se mataran los unos a los otros. ¿No le suena un poquito familiar a los discursos separatistas que escuchamos hoy en día? ¿chairos y fifís?, mexicanos contra mexicanos.

Al siguiente día desayunamos en El Cardenal, salimos y caminamos por la Alameda Central, donde los niños jugaban entre las fuentes y sus padres los observaban contentos, había tanta energía en el lugar que pareciera que estuviera viva, ese es uno de los encantos de la CDMX, es un fenómeno que vibra y vive. El Hemiciclo a Juárez, tapeado por necesidad, que desde 1910 nos grita que “entre los individuos como entre las Naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”, frase que nadie quiere tomarse en serio y que el gobierno usa como mantra, pero que no comparte su trasfondo, porque no comprende lo que es empatía.

Por la tarde fuimos a La Lagunilla, nos adentramos en el mercado de muebles y llegamos a Tepito, que siempre ha sido uno de los lugares de los que me gustaría escribir, el ambiente áspero y el aura transitada de sus pasillos, las miradas curiosas, los gritos, la mercancía robada, abrigos de piel originales o piratería de lo que quieras, pero de primer nivel. De regreso tomamos el Metro Hidalgo, sistema que me resulta maravilloso, en nuestro trayecto, siempre curiosos, nos enteramos de cómo funciona el ambulantaje en sus vagones.

Y hablando de este transporte otra tragedia ocupa el tiempo de los medios y de las redes sociales: el desplome de un tramo del Metro al colapsarse un trozo de un paso elevado. El lugar donde sucedió es un barrio pobre, en el que la movilidad depende del Metro porque no hay otra opción más rápida ni económica. Este barrio es de los menos atendidos por los gobiernos locales y federales. Lo ocurrido se desenvuelve como una crónica de una muerte anunciada: el convoy circulaba por las vías de la L12, que tiene defectos de construcción desde antes de la inauguración en 2012 y sufrió daños visibles y nunca atendidos durante el terremoto de 2017, justamente en el tramo donde cayó el tren.

Seguramente al volverse un caso mediático global, habrá “reparaciones” aunque sea también por el proceso electoral. Así también nos darán algunos nombres para que podamos culpar y linchar (quítese de esta lista por supuesto, los nombres de la jefa de gobierno, el canciller y la directora del Metro, quien cobra $17,000.00 mensuales). Como dice el escritor Alberto Chimal: La negligencia tiene muchas causas, entre la corrupción, la malicia y la mera estupidez, pero esas son siempre cualidades humanas.

¿La conclusión? Los encargados no se comprometen a que esta situación no vuelva a suceder, no se comprometen a indemnizar generosamente a las familias afectadas, no hay un plan de reestructuración del Metro. ¿La respuesta inmediata del gobierno? Declarar tres días de luto nacional y colocar la bandera a media asta… como si eso sirviera de algo. Si a 23 muertos les dedicamos una bandera a media asta, nuestra bandera debería lucir por los suelos por los fallecidos en la pandemia, por todos los feminicidios, por todas las víctimas del crimen organizado… Les faltarían banderas a nuestros gobernantes para poder manifestar su “empatía”.

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