“De niña soñaba en salir en la revista Vogue”, cuenta con emoción Elia Ramírez Gutiérrez, quien aprendió el arte del gancho a escondidas de su madre. “De contrabando me iba con unas señoras que sabían tejer”, confiesa entre risas. Comenzó decorando las orillas de las colchas, mientras hojeaba la revista de moda, y de lo poco que ganaba con sus tejidos compró sus libretas para ir a la escuela, que también le tenían negada. “Pero yo tenía ganas de aprender”.

De las cuatro hijas de la familia, “soy la única que me enganché en el gancho y en el telar”, dice Elia mientras muestra con orgullo sus creaciones, en donde incluye piezas de todo tipo, incluso trajes de baño, todas hechas a mano e inspiradas por los colores de la naturaleza.

“Los colores me inspiran, yo me inspiro en los colores de las flores y la naturaleza, cuando florece el cactus lo veo y digo: Voy a hacer una mezcla de colores para crear tal prenda. Así voy diseñando, y siento que así me inspiro, hasta en los mismos rayos del sol me inspiro para crear una blusa muy amarilla combinada con otro color. Así me nace la inspiración”.

El sueño de ser publicada en Vogue aún no se realiza, pero sigue trabajando y a su paso contagia su entusiasmo a más personas, una de ellas es su hija Lucero, “mi Lucerito”, dice con amorosamente. La joven, además de aprender del gancho y el telar, también ha participado en pasarelas, modelando los diseños de su madre.

¿Entonces lo suyo es la moda? “Sí, la moda. Las piezas primero me emociono en crearlas pensando en portarlas yo misma, y yo lo que quiero es que la sociedad vea que la artesanía no está muerta, que antes con más ganas hay que portarlas, vivirlas y disfrutar de las prendas que elaboramos a mano y como siempre digo, en cada prenda dejamos un pedacito de corazón”.

El telar, un oficio de herencia

Elia Ramírez Gutiérrez, originaria de San Martín, Colón, Querétaro, es hija de don Eustasio Ramírez, un hombre que desde muy joven se dedicó al telar, oficio que en sus inicios se le encomendó a los hombres, aunque las mujeres y los niños de la familia también se involucraban haciendo quizá la parte más pesada, la limpieza y lavado de la lana. “Hasta nos dolían los dedos de todo lo que le quitábamos a la lana, para que quedara lista para trabajar”.

La estructura del telar también era una complicación para que las mujeres aprendieran a dominar el telar, pero las cosas han cambiado.

“La historia del telar, cuentan, es que en aquellos años no tenía una puertita digna para que la persona se pasara a tejer, se tenían que montar, sí, uno tenía que brincar y empezar a tejer. Y en aquellos años, los señores no dejaban que una mujer se montara en el telar, porque les iba a salar el telar. Y tiene como ocho años que un artesano de Colón, José Vega, le diseñó puerta al telar para que pase la mujer a trabajar. Para que pase la reina”, cuenta y sonríe con orgullo.

El Jardín Canto del Cenzontle es un espacio comunitario en San Martín, Colón, donde sábados y domingos se reúnen los artesanos de la zona para vender sus productos, además de que también se promueve la gastronomía regional.

En dicho espacio, Elia comenzó una escuela de telares, en donde ella misma aprende de este oficio en que vio trabajar a su padre. Y justo, cuando instalaron los telares, llevó a su padre para que los viera.

“Los telares los pusieron en marzo de 2023, y me nació emprender los telares porque mi papá hizo muchos jorongos, todos mis hermanos le ayudamos a mi papá, de ahí nos dio de comer a nueve hijos. Ahora él es mi mentor de querer rescatar los telares. Cuando terminamos de instalar los telares, me partió el alma porque cuando entró a verlos me dijo: ‘¡Ay, muchacha, qué hiciste!’ y luego se puso a llorar”.

Mientras Elia perfecciona su técnica en el telar, rindiendo homenaje a su padre, su trabajo como diseñadora lo sigue presentando en diversos eventos, ya ha participado en la pasarela Nthoki´ye Ma Mengu (Hecho a mano mi familia), en el Bazar Artesanal Ar Tai, y en la pasarela de rebozos Zemi.

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