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Primera parte
En lo personal no soy muy afecta a seguir los canales de noticias de ningún medio o red social; no puedo negar los hechos que en nuestro país ocurren y los reconozco, pero sólo presto atención en aquellos que merecen una reflexión desde mi manera de ver la realidad.
En esta ocasión, quiero compartirles mi perspectiva de los sucesos que en los últimos días se han publicado respecto a las manifestaciones feministas en el marco del Día Internacional de la Mujer. Noticias que circularon por todos los medios posibles y que, a su vez, causaron infinidad de opiniones e interpretaciones a favor y contra por parte de sus observantes.
No me enfocaré en decir si todas estas mujeres que se manifiestan a través de la violencia dañando el patrimonio cultural de nuestro país, lo están haciendo de manera correcta o no; cada quien tiene sus formas de expresarse, aunque a otros no nos guste. Lo sí quiero es puntualizar que yo respeto a todas ellas en su manera de actuar y de pensar, no las juzgo porque no me corresponde, y valoro que alcen su voz para manifestarse en la única manera que tal vez consideran viable para ser escuchadas.
Mis preguntas al respecto de estos eventos van en función de algo mucho más profundo. Creo que en estas formas de reclamar sus derechos podemos observar muchas emociones que están ahí, y que este tipo de manifestaciones son la ocasión perfecta para dejarlas salir. Por principio podemos ver en las expresiones de estas mujeres rabia, dolor, frustración e impotencia; pero si observamos realmente, también podemos apreciar tristeza, apatía, conformismo y hartazgo. Y si vamos un poco más lejos, podremos darnos cuenta que ponen en evidencia sus propios enfoques acerca de cómo creen que es posible enfrentarse siendo mujeres en sus propios contextos, es decir, en un plano más personal e íntimo.
Entendiendo que la manifestación del 8 de marzo (al igual que en otros años), en general es un reclamo social en defensa de la mujer y por parte de la mujer, pero a la vez es una exigencia del cumplimiento de sus derechos. También es un grito desesperado por parte de quienes han sido lastimadas y muertas como consecuencia de lo que no ha sido respetado por el hecho de ser mujeres y de quienes se autoproclaman como representantes de otras tantas que no pueden hablar por si mismas.
Por otro lado, también entiendo que este tipo de manifestaciones son síntomas del retraso social y cultural en el que estamos sumergidos desde hace décadas y que nos ha mantenido como tercer mundo. Somos una consecuencia de la transmisión de generación en generación de una cultura con creencias, tradiciones, costumbres, ideologías, estilos de educación y patrones en los que la mayoría de los casos se ha hecho cargo la mujer; muchas veces como cabeza de familia ya sea voluntaria o involuntariamente.
En nuestro país, apenas hasta hace algunos años comenzamos a compartir en casa la educación de los hijos. En México, y me atrevería a decir que en la mayoría de los países de Latinoamérica (lo dirían mucho mejor los sociólogos, antropólogos sociales e historiadores), ha sido la mujer la responsable de enseñar los valores a la prole. La madre educa, el padre provee. Roles que se han asumido sin cuestionar la mayoría de las veces. Porque cuando cuestionamos, transformamos…
Entonces yo me pregunto…
¿Quiénes han sido, en gran parte, sino las mujeres las encargadas de sembrar esas semillas de sumisión ante el hombre en la sociedad?
¿Quiénes nos hemos encargado de enseñar a nuestros hijos hombres cómo se debe de tratar a una mujer?
¿Quiénes han educado a sus hijos como machos atendiéndolos en sus casas como si fueran servidumbre en vez de esposas?
¿Quiénes han enseñado a sus hijos que los hombres no lloran y que la mujer es el sexo débil?
¿Cuántas de estas mujeres han justificado la violencia de sus parejas en un intento de que no las abandonen, aún desde los primeros noviazgos?
¿Quiénes han sido ejemplo ante los hijos al mostrarse como una mujer que no se valora y que no se da su lugar, permitiendo que les pongan una mano encima?
¿Cuántas mujeres de las que se han manifestado en esa marcha son madres y sólo ellas saben si les han enseñado a sus hijas como amarse y respetarse así mismas?
¿Cuántas mujeres que viven en pareja (en el estado civil que sea) se muestran como personas íntegras y valiosas, lo suficiente como para que a un hombre no se le ocurra violentarlas de ninguna manera?
¿Cuántas mujeres de las que alzaron su voz ese 8 de marzo se han hecho escuchar en el trabajo y saben como poner límites con su jefe y hacer valer sus derechos laborales?
¿Será que algunas de estas mujeres que se han empoderado para destruir en público lo que no les pertenece, hacen valer sus derechos igualmente destrozando literalmente sus hogares?
¿Cuántas mujeres que ven el maltrato a su alrededor solo se quedan calladas?
¿Cuántas mujeres en su necesidad de no estar solas, se dejan golpear, humillar, sobajar por años, aplicando el “más vale malo por conocido […]”?
¿Cuántas de estas mujeres viven responsablemente y se hacen cargo de sí mismas en todos los sentidos y optan por dejar de ser víctimas?
¿Cuántas de estas mujeres se relacionan sanamente con otras mujeres en vez de generar violencia en sus relaciones personales, por ejemplo, con sus hermanas, madres, amigas, compañeras de trabajo, vecinas, etc.?
¿Qué hay de aquellas mujeres abusadoras y violentas que, en su enojo consciente o inconsciente también son capaces de golpear a sus maridos y sobajarlos pretendiendo ser ellas quienes dominen en esa relación?