Todo comenzó por un mueble, un mueble antiguo que al ser removido de la pared que lo sostenía, perdió todo lo que guardaba en su interior. La silueta de ese mueble, como la imagen sutil de un fantasma, es la primera pieza de la exposición “Mausoleos Familiares”, de Tania Quezada, una serie de cajas (dioramas) que revelan la historia generacional de algunas familias que aceptaron contar su pasado, evocar a los abuelos y bisabuelos, hablar de sus amores, del oficio que los une con sus ancestros, y de algunos patrones que se repiten entre madre e hijas, como una rara “maldición”.
“Mausoleos Familiares” se presenta en el Museo de la Ciudad. La exposición reúne 10 cajas, cada una cuenta una historia distinta. Tania comenzó su proyecto —beneficiado por el APOYARTE—, invitando a sus contactos de redes sociales a compartir fotografías antiguas de sus familiares.
Así fue que conoció la historia de una familia que llegó de España; sin muchos bienes, comenzaron a trabajar en la ganadería, vivieron en varias haciendas hasta acabar en la casa grande de lo que hoy es el municipio de Corregidora. Parte de esa casa era una cerrito que mantenía en lo alto un viejo fortín, ahí jugaba la abuela Carlota, sin saber que estaba sobre la pirámide de El Pueblito, el centro ceremonial más importante de Mesoamérica.
En otra caja, Tania cuenta la historia de un antropólogo, descendiente de un tío abuelo cazador de brujas, una abuela Adelita, un abuelo japonés y hasta un pariente luchador.
En este viaje al pasado, no podía faltar una historia propia. “Las cartas perdidas” es el nombre que la artista le dio a la caja que cuenta la historia de su abuela, una mujer que desde los 14 años trabajó en correos, se convirtió en maestra, sabía dos idiomas y escribía rimas. Ella se casó con un hombre muy guapo, pero que no sabía leer, y sólo para entender el contenido de las cartas que ella le escribía, él aprendió a leer y escribir. De esas cartas, nadie de la familia sabe nada, de ahí el nombre “Las cartas perdidas”.
Una historia más, es la de una familia originaria del Líbano que se asentó en Puebla. Los rostros que se ven en este cuadro son únicamente de mujeres, bisabuela, abuela, madre. ¿Por qué? Porque todas perdieron a los hombres de su familia, padres, esposos, hermanos. Una especie de “maldición” que se repite, pero que también demuestra su fortaleza, pues son ellas las que han sobrepuesto a la familia y mantienen viva su historia.
El proyecto de Tania, además de la exposición, incluye un conversatorio programado para el 9 de diciembre, en el que también presentarán un video con todo el proceso de las piezas y las entrevistas que se realizaron a las familias que participaron en este viaje al pasado.
En un vistazo panorámico a la obra de Tania Quezada, podemos encontrar distintas pinceladas, formatos e intereses. Uno de sus trabajos más grandes, es el que realizó en los murales del Museo de los Conspiradores.
En cuanto a su obra personal, un detalle que la caracteriza es la mezcla de personajes humanos con animales. En “Santos Espantos”, pieza ganadora del primer lugar del Premio de Adquisición Rosario Sánchez de Lozada, pintó una gata disfrazada como una mujer de alcurnia, un político con rostro de cerdo y una zarigüeya en el cuerpo de un narco.
En su exposición más reciente, “Mausoleos Familiares”, Tania no hace uso de lo onírico, de los fantasioso o místico. Retoma historias reales de su familia y las de otras personas. Es una obra intimista, que entre papel y colores, invita al espectador a indagar en su propia historia familiar.
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Dioramas, relatos entre papeles y colores
La exposición reúne 10 cajas con las historias de algunas familias que aceptaron contar su pasado, evocar a los abuelos y bisabuelos, hablar de sus amores, del oficio que los une con sus ancestros y de algunos patrones entre madres e hijas