Creado en el siglo XIX como cementerio para la clase pudiente de San Juan del Río, el panteón de la Santa Veracruz alberga actualmente al Museo de la Muerte, espacio destinado a conocer las prácticas mortuorias de los primeros habitantes de la región hasta la mitad del siglo XX.
Las prácticas para sepultar a los muertos cambian de acuerdo a la época y la cultura. Hasta antes de la llegada de los españoles, los pueblos originarios de América sepultaban a sus difuntos en sus casas, usando diferentes técnicas, que iban desde el enterramiento “clásico”, hasta la incineración de los restos, pasando por el enterramiento en una vasija, para lo cual tenían que desmembrar el cuerpo, explica Ubaldo Neftalí Sáenz Bárcenas, cronista municipal de San Juan del Río, ciudad en donde se encuentra el recinto.
El también jefe de Patrimonio Cultural y Artístico del Instituto de Cultura y Juventud de San Juan del Río explica que como Museo de la Muerte fue inaugurado el 24 de junio de 1997, aunque sus antecedentes vienen desde 1981, cuando se restaura el panteón de la Santa Veracruz, que quedó en desuso en 1967.
Asegura que el sitio estaba totalmente en el olvido, a tal grado que ni siquiera los familiares de los difuntos sepultados en ese lugar se acordaban de visitar las tumbas, no podían ingresar, pues estaba cerrado totalmente.
“Es hasta 1979 que el municipio, con el INAH, y el gobierno del estado, deciden restaurarlo y rescatarlo, para poder albergar un museo, el primer museo de San Juan del Río, que finalmente no se pudo hacer, sólo se hizo uno con donaciones de los ciudadanos de material arqueológico que se encuentra en esta zona de El Calvario, que es en donde está el panteón. Así es como se obtuvieron pequeñas figurillas o partes de ellas, de tradición Chupícuaro, que aún permanecen en exposición.
Así es como se restaura el panteón, se construye el ala para albergar el pequeño museo, y es hasta 1997 cuando se dedica a ser un museo donde se expliquen los ritos mortuorios a través de las épocas en México. Así es inaugurado en 1997”, expresa.
La muerte en la época prehispánica. Sáenz detalla que se exponen rituales prehispánicos mortuorios, o formas de enterrar. Hay en exhibición esqueletos y entierros de la zona del barrio de La Cruz, en San Juan del Río, cuando se abrían las calles para introducir el drenaje y se encontró el entierro radial que se tiene en el museo.
“Así como se encontró fue extraído, para continuar con las obras, y finalmente cuando se decide hacer el museo, el INAH decide ponerlo como fue encontrado. Es el original, todas las piezas están debidamente inventariadas por el INAH, que deja a resguardo del museo este acervo. También la cerámica que era parte del entierro radial alrededor de un fogón o una fogata”. El entierro permanece en exhibición como fue localizado.
También hay un entierro en petate. Es el empetateado, ya sea sentados o acostados o boca abajo, aunque también se incineraban. No había un rito definido, dice el cronista, había varios y ellos no celebraban el 1 y 2 de noviembre a sus muertos.
“Ellos enterraban a sus muertos dentro de sus casas, por eso los pisos eran de tierra. Sacaban las pocas cosas que tenían en sus casas o chozas y ahí levantaban la tierra, hacían el rito mortuorio, los sepultaban, lo tapaban y volvían a la vida cotidiana. Luego de eso no volvían hacer ritos a sus muertos, lo que nosotros hoy sí. Cada año el 1 y 2 de noviembre hacemos las fiestas a los difuntos.
Ellos, en la época prehispánica, no lo hacían. Todo lo hacían al momento de enterrar y enterrándolo paraba todo. No es que no volvieran a acordarse de ellos, sí los tenían en sus mentes, pero no conmemoraban a sus muertos en fechas posteriores”, abunda.
También en el recinto se exhiben los restos de un bebé, cuyo entierro se encontró en un costado del pirámide de La Cruz, en San Juan del Río. Agrega que las formas de enterrar tenían que ver con el género, la edad y el lugar en donde se sepultarían. La pirámide sigue en proceso de investigación, por lo que no está abierta al público.
Otra forma de sepultar era en vasija, para lo cual desmembraban los cuerpos para poderlos meter al recipiente y hacer la inhumación bajo tierra o una cueva.
La Conquista trae nuevas costumbres. Con la llegada de los españoles se imponen las tradiciones europeas, ya no pueden enterrar a los muertos en sus casas, deben de sepultarlos bajo el piso de la iglesia que eran de madera y bajo tierra. En esa zona sólo eran sepultados los españoles o las personas más pudientes, mientras que afuera, en el atrio, los indígenas.
Durante el virreinato, para los españoles era importante ser sepultados en el altar de una iglesia, para lograr mayores indulgencias, creencias que hasta hoy perduran y que permiten ahora que se sepulten las cenizas, algo que se creía impensable, pero que actualmente ya resulta normal.
Esa modernidad cambia a la institución que era la iglesia católica, que ya permite la cremación, la cual también es un rito mortuorio.
Otra costumbre mortuoria era la de las monjas coronadas, a quienes sólo se les ponían las coronas de flores cuando entraban al convento y cuando fallecían.
También existía la costumbre de una manta de luto, muy usadas en el virreinato, donde se colocaban algunas oraciones y se anunciaba la muerte de una persona en esa casa. Con rezos y cantos se pedían indulgencias para el difunto.
Otra parte importante de las costumbres eran las fotografías post mortem, que era una tradición europea, principalmente británica, que es traída a México a mediados del siglo XX. En este país sólo había dos fotógrafos autorizados para hacerlo, uno estaba en Michoacán y otro en Guanajuato. Hubo un momento en el que se tomaba como una tradición.
Las fotografías eran principalmente de angelitos, que eran niños que se vestían normalmente de blanco. Algunos con los ojos cerrados, otros abiertos. Los ojos cerrados simbolizaban que habían sido bautizados, mientras que con los ojos abiertos era lo contrario. La costumbre de las fotos post mortem se abandonó en la década de los 70 del siglo pasado.
Las esquelas están presentes también, de cuando se usaban como una especie de invitación a un evento social de la muerte de una persona, evento al que se le hacía partícipes a toda la sociedad. Las esquelas ahora están en desuso, debido a que ahora es más sencillo hacer del conocimiento de la gente a través de las redes sociales y por WhatsApp el deceso de alguien.
Un mausoleo único
En el panteón están integrantes de familias pudientes de San Juan del Río, así como personas que no eran tan ricos, pues el cementerio fue muy útil para la comunidad con las dos epidemias que hubo en la localidad, una de cólera morbus y otra de viruela. En el caso de la de cólera las misas fueron importantes para la propagación de la enfermedad, pues los cuerpos sepultados en las iglesias despedían gases que causaban infecciones masivas.
Neftalí explica que además de los pudientes de San Juan del Río, hay sepultadas personas importantes, pues el cementerio era en un inicio, en 1857, año de que data su primer tumba, para gente adinerada de San Juan. Permaneció abierto hasta 1967, cuando quedó lleno a perpetuidad.
Es un panteón único, porque está en roca viva, en cantera morena, por lo que los sepulcros se cincelaban en la piedra. Debido a las epidemias, fue usado para sepultar a las víctimas de las enfermedades.
Una de las tumbas más curiosas es la de Teodoro De la Trupleniere, director de caminos francés, encargado de trazar la Cuesta China, quien murió en 1858 y que fue sepultado en San Juan del Río, quizá ante la negativa de ser enterrado en Querétaro.
También hay torres en algunos sepulcros que tienen que ver con las costumbres musulmanes o judíos, por lo que no están sólo sepultados católicos.
Otra de las figuras importantes es Rafaela Díaz y Torres, benefactora de San Juan del Río y que ocupa la tumba número uno del columbario. De familia de hacendados españoles fue benefactora porque quedó heredada muy joven, a los 20 años. Como era devota de apoyar a la juventud y a los templos, ayudó a la construcción de los mismos.
Al ser considerada benefactora de la ciudad, fue trasladada de Acámbaro a San Juan del Río, para que ocupara un lugar especial.
El cronista añade que hace falta que el lugar sea más visitado por los queretanos, pues la mayoría de los visitantes son extranjeros.