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Nuevamente, querido lector, nos encontramos en esta tribuna, la última vez que lo hicimos, hablábamos sobre los orígenes que permitieron el nacimiento del concierto público, forma en la que, desde hace dos siglos, venimos realizando buena parte de nuestra actividad musical en occidente.
También mencionábamos que la coyuntura en la que nos encontramos nos ha metido de cabeza en una severa crisis, que ya se venía anunciando desde hacía tiempo y que la pandemia sólo ha venido a detonar. La tan mencionada crisis de la música clásica, que tantos y tantos veían como imposible, está aquí y no sólo para la música clásica, sino para la cultura en general. Países, donde el artista no cuenta con un estatuto laboral que lo proteja, están arrojando literalmente a la calle a cientos de artistas y creadores, condenándolos en muchos casos al hambre y la indigencia.
Casi toda Europa ha cerrado sus teatros y suspendido sus actividades culturales, en América las cosas han ido por el mismo camino. Cientos de músicos, bailarines, coreógrafos y un largo etcétera se han quedado sin apenas forma de ganarse la vida. Muchos, los más afortunados, están tirando de ahorros, otros de amistades y familia, pero muchos otros se están viendo en la necesidad de vender sus equipos e instrumentos u orillados a “reinventarse” o, mejor dicho, emplearse en alguna otra cosa que les pueda asegurar unos recursos para salir adelante.
En el caso de las orquestas estables, el problema lo encontramos en el centro de su funcionamiento y financiación. Muchos han apuntado ya que el mantenimiento de una orquesta sinfónica es algo muy oneroso y que la actual crisis no es el escenario para gastar en una institución, que si bien entrega bienes culturales a la sociedad, también puede ser percibida como un lujo que ahora mismo no nos podemos permitir. Este el argumento preferido de muchos responsables políticos para comenzar a afilar las tijeras. Si a esto se suma que en algunos casos, por dejadez y falta de iniciativa por parte de los responsables administrativos, algunas orquestas llevan toda la pandemia sin actividad, la sensación que la sociedad puede tener de esos músicos, puede ser la de que son un grupo de afortunados que apenas trabajan y que sin embargo, no dejan de cobrar. Discurso muy peligroso en la actual coyuntura económica, pues no son los músicos los que no quieren trabajar, sino una estructura anquilosada que no sabe daptarse a la realidad, pues no está dando alternativas. De seguir así, estas agrupaciones serán las primeras en ser disueltas, por ser inviables en todos los sentidos. Las propuestas urgen, porque la gente necesita de la música, necesita de la cultura y cerrar las orquestas sería una tragedia, no sólo para los músicos, sino para la población que vería aún más pauperizada su vida, sin la posibilidad de disfrutar de la música en vivo.
La discusión lleva rato dándose y hay propuestas muy interesantes, algunas pasan por reestructurar desde dentro el funcionamiento de una orquesta sinfónica. Un músico de orquesta básicamente ha sido primorosamente educado para seguir las indicaciones que otro músico, en este caso el director, le indica. Lejos estamos, ya no digamos de variar el texto original de la obra, sino de la más mínima discusión sobre cómo se han de tocar esas inamovibles notas, escritas a fuego en un papel y que son tratadas como si fuera un texto sagrado. El intérprete aquí poco importa, se requiere de su habilidad técnica, nada más. Muchos, actualmente están discutiendo si la actual crisis no es el momento de revisar esta práctica, haciendo que todos los músicos, no sólo el director, dialoguen sobre por dónde tiene que ir una interpretación. Ejemplos reales existen, no es una idea propia de soñadores y musicólogos alocados. La Aurora Orchestra trabaja desde 2005 con su director, Nicholas Collon, de una forma similar a la que he descrito arriba, Collon no es el tipo de director que da unas directrices que han de obedecerse ciegamente, sino que aglutina las opiniones de sus músicos. Sus conciertos están llenos de emoción y amor por la música, simplemente porque todos los músicos del grupo están siendo tomados en cuenta, cada uno está implicado en la ejecución de los programas como un actor activo, la responsabilidad entonces se comparte entre todos. Suelen tocar siempre de memoria, con lo que esto supone para un profesional y por ello, dan menos conciertos, pues cada programa se trabaja profundamente.
Este es sólo un ejemplo, pero hay algunos otros de los que en otra ocasión hablaremos, porque su importancia es tal, que vale la pena hablar sobre ellos con calma.
Se me dirá que está muy bien, pero que al hacer menos conciertos, los músicos tendrán igualmente que trabajar en algo para ganarse la vida y otra propuesta de la que quiero hablar hoy va encaminada en ese sentido. Consiste en que las orquestas sean las instituciones paraguas que agrupen a varios y muy diversos grupos de cámara, cada uno de ellos con proyectos propios y su agenda independiente de la del resto de sus compañeros. Las orquestas aportarían un sueldo base y el respaldo de una institución de prestigio. Además de lo anterior, las orquestas suministrarían todo el material bibliográfico necesario de cada pequeño grupo, y resolverían los temas logísticos que las diferentes actuaciones de estos grupos. A cambio, estos grupos internos tendrían que presentar un proyecto musical que impacte en la comunidad, no se trata de que se formen 10 cuartetos de cuerdas para tocar todos el repertorio de siempre, se trata de que un grupo muy nutrido de músicos profesionales se impliquen activamente en proyectos que les interese realizar a nivel musical. No podemos seguir reproduciendo el esquema en que un músico toca de cualquier modo y sin la mayor implicación un programa y la semana siguiente otro que tampoco le interesa, para al final de mes cobrar un sueldo para ir más o menos tirando. Se trata, por el contrario, de que todos los elementos de esa orquesta se impliquen en proyectos que sí les apasionen y que mediante estos puedan sumar más ingresos al sueldo inicial que la orquesta les paga. Evidentemente que las orquestas deberían seguir haciendo conciertos como tal, pero estos programas además de ser menos, tendrían que ser enfocados de otro modo. La típica programación de una temporada en que se escucha por enésima vez lo mismo de siempre, quizás ha llegado a su fin, pero eso es un tema que valdría la pena hablar en otra ocasión, pues da para mucho.
Yo sólo he mencionado dos propuestas que cada vez están tomando más y más forma en el medio musical europeo, por ahora sólo se están discutiendo, pero eso es algo bueno que tienen las crisis como esta, que se discute, se habla, se intercambian opiniones, quizás algo que le vendría muy bien a nuestro medio es integrar más y más, la costumbre de discutir y renovar, y no sólo justificar las cosas con el viejo argumento de siempre, “así es la tradición” o “ siempre a sido así” , pero de eso, de tradiciones, programaciones y orquestas revolucionarias y románticas, hablaremos en nuestra próxima entrega. Seguimos.