Ayer se conmemoró el 107 aniversario de la promulgación de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.

Dicha celebración se ha convertido, tal vez, en la ceremonia cívica más importante de nuestro país. Es la única ocasión que se reúnen en un mismo espacio y momento los tres poderes de la unión, gubernaturas, representantes populares y titulares de las instituciones. En cierta manera, el 5 de febrero, es la fecha en que el Estado Mexicano personificado en Pleno, refrenda la importancia de su soberanía al interior del sitio donde se consolidó: el Teatro de la República.

Sin embargo, este año dicha conmemoración pasó inadvertida, sin mayor revuelo o trascendencia. El presidente de la república, necesitado de imponer su protagonismo, buscó acaparar los reflectores en la comodidad del Palacio Nacional para anunciar una serie de reformas ¿a qué? pues a la Constitución. Sí, a la misma que juró guardar y hacer guardar, cuando él y sus colaboradores protestaron sus cargos.

Mostrando un desdén por la celebración (especialmente después de aquel episodio de hace un año, donde la ministra Norma Piña, presidenta de la Suprema Corte, no se levantó ante su arribo), el presidente anunció un paquete de reformas a la Constitución que tocan varios temas llamativos pero poco realistas.

Son básicamente 5 puntos: a) reforma electoral (otra vez), supuestamente para eliminar plurinominales; b) reforma al Poder Judicial, para que magistrados, jueces y ministros sean elegidos por voto popular; c) una reforma de pensiones, para que los jubilados reciban su pensión en la misma proporción de su salario; d) reforma al salario mínimo, para que éste no vaya por debajo de la inflación, y e) reforma eléctrica, claro, ante el revés que recientemente le dio la Corte.

La justificación del mandatario fue que debía, según su percepción, revertir “los errores del periodo neoliberal o neoporfirista”; sin embargo, salvo la energética, ninguna de las demás tiene que ver directamente con dicha razón, más bien son la insistencia por imponer sus deseos.

Considero que el objetivo de ellas va en tres vertientes:

Primero, tienen un fin claramente electoral, especialmente las relativas a pensiones y salario mínimo, que pretenden obviamente atraer votos para el 2 de junio.

En segundo lugar, fijan agenda para quien quiere como sucesora (me refiero obvio a Claudia), a fin de que reviva la reforma energética, coopte totalmente al Poder Judicial de la Federación y asegure el control político, ya no solo de la oposición, sino de su propio partido.

En tercer lugar, buscaba un distractor, algo que desvié la atención del evento conmemorativo; pero sobre todo, de los escándalos difundidos la semana pasada sobre posible aportación de dinero del narcotráfico a su campaña en 2006, tráfico de influencias de varios de sus colaboradores y familiares, y la vorágine de violencia que sigue creciendo en toda la república y que fue expuesta en la mañanera por el periodista Jorge Ramos. Vaya escenario que se le ha presentado.

Así, AMLO mató tres pájaros de un tiro, o eso pensó.

Sin embargo, me parece que sus cálculos no fueron correctos. Ahora si que, como lo ha dicho, nosotros tenemos otros datos; y el principal de ellos es que la esperanza de la gente ha cambiado de manos y de bando.

Estemos atentos a lo que sucede con estas iniciativas, pero no nos distraigamos de lo importante, velar por el bienestar de México y sus instituciones. Al final de cuentas, cuando termine su gestión, él se ira pero los problemas se quedarán, de ahí nuestra responsabilidad ¿de qué?...

De cuidar y proteger a nuestra Carta Magna.

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