Es cierto; México está viviendo una transformación, pero no la que pregonan los oficialistas de la 4T, sino aquella que busca consolidar la democracia.

La marcha del pasado domingo vino a confirmar el anhelo de millones de mexicanas y mexicanos: vivir en un país con plena democracia. Un país en el que se respete y tolere la pluralidad de ideas, que existan elecciones libres y limpias, que el electorado no se sienta amenazado ni condicionado en su voto, que se garantice la competencia equitativa. Sí, México está en medio de la transición hacia la democracia y el próximo 2 de junio, ello se decidirá.

Recordemos. El primer paso hacia la alternancia se dio en el año 2000, con el triunfo del expresidente Vicente Fox y el cambio de partido en la Presidencia de la República. Después vivimos un momento de tensión con una polarización grave entre la derecha y la izquierda. Todo se atenúo con la llegada de Enrique Peña Nieto y la firma del pacto por México, un documento que, en cierta manera, logró acuerdos y reconciliación. Y el claro ejemplo de que el sistema político iba en proceso de maduración, fue la llegada pacífica de AMLO a la presidencia de la república.

Hay que ser claros y honestos. El señor llegó a la silla presidencial por el voto popular. La voluntad de la gente, en ese tiempo, fue depositarle su confianza, pero no con el afán de que se perpetuara en el poder o que impusiera su agenda, sino para buscar una nueva opción de gobierno. Al final, el resultado se respetó y México daba otro paso importante en su maduración política.

Este avance, intrincado si se quiere, pero al final de cuentas avance, ha permitido fortalecer las instituciones y crear un verdadero estado democrático. En esta labor ha tenido un papel protagónico el Instituto Nacional Electoral, los organismos locales electorales, los órganos jurisdiccionales especializados, los partidos políticos, pero sobre todo, la ciudadanía, quien a lo largo de los años ha mantenido un empuje constante hacia la democratización.

Bien o mal, los espacios a la competencia política, el debate abierto, la sana crítica y el respeto a las leyes electorales se estaban consolidando, ¿por qué?, porque existía un mínimo de tolerancia, respeto y congruencia. Hoy todo eso está en riesgo, porque hay una clara tendencia a regresar al presidencialismo absoluto de los 70, donde todas las decisiones se resolvían por una sola persona, basado en un sistema piramidal de gobierno autoritario que no permite la competencia ni la pluralidad. Bajo el falso lema de la “transformación”, el oficialismo ha puesto en jaque a las instituciones de nuestro país, ha utilizado los programas sociales con fines electorales y ha intentado acabar con la opinión pública crítica y diversa. El objetivo lo tiene claro: consolidar “su proyecto político”, no dejar espacio a la diversidad ni mucho menos a la alternancia.

Y en todo este plan, han hecho a un lado lo más importante: el derecho de la gente a decidir. Las y los mexicanos son los únicos que pueden elegir el futuro de México. Sólo ellos tienen el derecho de evaluar al gobernante y, al final, resolver si lo ratifican o lo quitan del poder. Por ello, la marcha de este domingo en defensa de la democracia no fue un llamado hacia una candidatura o un proyecto político, fue un claro recordatorio de que no se quiere volver al pasado, de que el país debe avanzar, vivir una democracia plena y que la gente debe elegir…libre y sin miedo.

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