Ayer se conmemoraron 86 años de la expropiación petrolera. Un evento histórico para nuestro país que buscó consolidar la soberanía de México.

Corría el 18 de marzo de 1938, cuando el general Lázaro Cárdenas promulgó el decreto expropiatorio por el que México recuperaba el dominio exclusivo sobre el petróleo, principal energético de esa época. Obviamente, para entender su importancia, debemos situarnos en el contexto de ese tiempo, donde todos los medios de transporte, como autos, barcos y ferrocarriles, eran impulsados por combustibles fósiles.

En ese momento, México daba un mensaje poderoso al mundo de independencia y fortaleza económica, dando nacimiento a una de las empresas más importantes de la historia mexicana: Petróleos Mexicanos (Pemex).

A 86 años de ese hecho histórico y recordando las esperanzas depositadas por la ciudadanía, quien con largas filas, así fuera con sus alcancías, buscaron aportar un poco de su patrimonio para cumplir la indemnización Constitucional; hoy es momento de reflexionar en torno a esa trascendente decisión y preguntarnos si ¿Esas esperanzas fueron cumplidas?

Hace algunos sexenios, el presidente José López Portillo, con el llamado milagro mexicano, dijo ante el Congreso que debíamos “administrar la abundancia”. Así, con esa soberbia, han visto y explotado siempre a Pemex. La vieron como la “gallina de los huevos de oro” y, en cierta forma, como la “caja chica” del gobierno.

La realidad es que Pemex ha estado en crisis financiera, por lo menos, desde finales de los 90. Mucho se ha dicho sobre la necesidad de invertir en la paraestatal, fortalecer y ampliar su infraestructura. Primero para hacerla competitiva frente a otras productoras de petróleo, después para transitar hacia las energías renovables. Como sea, la verdad es que hemos ido perdiendo, poco a poco, la fuerza de Pemex y, con ello, parte de nuestra soberanía.

Algo se intentó en el 2013 con la reforma energética, pero todo se vino abajo por intereses políticos.

Hoy, a más de ocho décadas de su creación, la empresa es insostenible en sus finanzas. De acuerdo con su último informe trimestral, el gigante petrolero no tiene capacidad para cubrir ni siquiera sus deudas a corto plazo. Solo para darnos una idea, por cada 100 pesos de deuda, la empresa solo genera 96, es decir, trae un déficit de 5% aproximadamente, lo que, para esas escalas, representa miles de millones de pesos.

Ello contrasta con el discurso de este gobierno federal, que ha pregonado la defensa de la soberanía y la recuperación de la paraestatal; sin embargo, no se ve en el horizonte próximo una estrategia real que nos lleve a eso. Todo son promesas y buenas intenciones. No hay planeación ni mucho menos estrategia. La prueba, es la refinería de Dos Bocas que, a voces de los expertos, se trata de un proyecto inviable, fallido y caro.

Ante este panorama, el destino de Pemex es incierto. Ojalá y quienes hoy buscan llegar a la silla presidencial tengan en sus planes alguna estrategia que revitalice a la empresa, la cual, aún con sus achaques, sigue siendo la más importante y grande de México.

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