Mi relación con Junípero ha cumplido ya medio siglo. De todos los santos que tiene la Iglesia Católica, este fraile franciscano me ha dado alientos para investigar aspectos de su vida, editar libros con su biografía y dar conferencias sobre su labor misional en Canadá, Estados Unidos, Colombia y México. Es mi santo preferido, mi colega como profesor universitario; es quien me muestra el camino, el que pronuncia a mi oído las palabras: “Siempre adelante, nunca retroceder”. A él recurro en momentos de apuro y dolor. Junípero es mi intercesor.

Miquel Josep Serra i Ferrer nació el 24 de noviembre de 1713, en el pueblo de Petra, en la isla de Mallorca, una de las Baleares, que se encuentra en el Mediterráneo. De niño, hablaba el catalán mallorquín. Con el tiempo, asumió los hábitos de la Orden Franciscana y el nombre del amigo de Francisco y Clara de Asís, quienes gozaban la compañía de Junípero, muchacho sonriente y bromista. “¡Cómo me gustaría tener un bosque de estos juníperos!”, decía el fundador de la Orden.

Serra, doctor en filosofía, fue profesor y bibliotecario en la Universidad Luliana de Palma de Mallorca, aprendió el castellano y dejó su legado en la historia de tres naciones: España, Estados Unidos y México. Fray Junípero llegó el 1 de enero de 1750 al Colegio de San Fernando de la Ciudad de México, de donde partió en junio hacia la Sierra Gorda. Presidió las misiones de Jalpan, Concá, Tancoyol, Tilaco y Landa, que fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por UNESCO en 2003. Con mi hermana Dulce María y un grupo de la preparatoria, recorrimos sus misiones en 1973. Desde entonces, quedé enamorada de su belleza.

En el siglo XVIII, todo el espacio que el fraile recorrió pertenecía a la monarquía española: Serra salió de su isla de Mallorca hacia la España peninsular, partió hacia América, hizo escala en Puerto Rico, llegó a Veracruz, vivió en la Ciudad de México, dedicó nueve años a las misiones de la Sierra Gorda en Querétaro; más tarde asumió la orden de predicar en Oaxaca, Guadalajara, la Huasteca, el Mezquital, Morelia; en 1767 llegó a San Blas, Nayarit, desde donde navegó a Loreto, Baja California, y de ahí se trasladó a la Alta California, sin salir nunca del Virreinato de la Nueva España. Incluso el Océano Atlántico era parte de España.

En verano de 2008, gracias a la invitación de José Niembro, tuve el privilegio de participar en una sesión de la causa de canonización de Serra, en la misión de Santa Bárbara, California, donde se encuentra la biblioteca dedicada a su memoria, con miles de documentos que narran su vida. En esta reunión, estaban el presidente de la causa, el secretario, el abogado del diablo y dos historiadores. Poco tiempo después, el 23 de septiembre de 2015, el papa Francisco lo canonizó en Washington, D.C.

El lunes 26 de febrero de 2024, en sesión solemne del Ayuntamiento de Querétaro, se develó la estatua del fraile en el Panteón y Recinto de Honor de Personas Ilustres de esta ciudad, ubicado en la cima del cerro de La Cruz. Es un espacio muy bello, que desde hace siglos se ha dedicado al descanso de los cuerpos. El personaje central es doña Josefa Ortiz Téllez-Girón, nuestra heroína.

San Junípero Serra merece todo el honor y la gloria.

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