The Lancet, prestigiada revista médica del Reino Unido, publicó hace unos días que 155 países perderán población al llegar el año 2050. Para 2100, el 97% de los países del mundo tendrán más defunciones que nacimientos. En noviembre de 2022, la Tierra llegó a tener 8,000 millones de habitantes y los expertos aseguran que ese será el pico de esta gráfica. A partir de 2030, la línea comenzará a descender.

Todos sabemos que el avance de la medicina nos hará vivir más años. Pero las naciones irán registrando menos pobladores.

En el pasado, hubo razones para aplaudir a las parejas que tenían muchos hijos. En la década de 1950, un matrimonio de jóvenes sanos y enamorados, como lo fueron mis padres, tenía la ilusión de llenarse de hijos, cumpliendo así las expectativas de quienes les rodeaban. Nosotros fuimos nueve hermanos, hemos dado a mis padres quince nietos. En mi niñez, la ciudad de Querétaro —orgullosa de su estirpe católica—, tenía familias con una docena de chiquillos, donde los grandes eran cuidadores de los pequeños, que heredaban ropa, juguetes, libros y aficiones de los mayores. Era lo normal. Había parejas con niños de las mismas edades de los vecinos, que se convertían en amigos de manera natural. En la escuela, los maestros enseñaban al primogénito y al siguiente año al segundo, luego al tercero, y los comparaban en público o esperaban de uno el comportamiento del otro. Para bien o para mal.

Entre los años 1928 y 1945, nació la generación silenciosa, que sufrió los estragos de la gran depresión económica de Estados Unidos y la Segunda Guerra Mundial. El mundo vivía con miedo a los cambios políticos y los padres aconsejaban a los hijos hablar lo menos posible, no manifestar sus ideas, ser prudentes.

Luego llegamos los baby boomers. Nacimos entre 1946 y 1964, en la explosión de natalidad que siguió a las bombas nucleares que pusieron al mundo en paz. En apariencia, por lo menos. El planeta había vivido un conflicto armado tan cruento y doloroso, con la ciencia de parte de los poderosos, que hubo momentos de terror: una reacción en cadena podría acabar con la vida como la conocemos.

La generación Alfa llegó al mundo a partir del 2011, son hijos de milennials. Son alrededor del 18% de la población mundial. Si tienen la suerte de crecer en un ambiente propicio, si las guerras actuales no involucran a más países, si no hay una catástrofe natural o una pandemia incontrolable, estos bebés, la generación de mis nietos, si pertenecen a la clase media, podrán aspirar a un excelente nivel de vida, con salud y acceso a una educación superior que les permita adquirir conocimientos a través de la realidad virtual y clases a distancia; podrán realizar investigación en trabajos de campo en comunicación constante con los grandes centros científicos, trabajarán en compañías que contraten a personas de varios países.

Habrá mayor respeto a los estilos de vida. Las empresas incluirán a personas con neurodiversidad.

Tenemos retos, claro está: enfrentar el cambio climático con mejores armas, como el cuidado de los recursos naturales. Con menos y mejores seres humanos, podremos proteger a este planeta, a la fecha, el único lugar donde podemos vivir.

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