En las primeras páginas de los Evangelios de Gladzor, el texto se encuentra bajo un recargado marco decorado con oro, en el que aparece el retrato de un santo rodeado por una colorida explosión de follaje frondoso y criaturas fantásticas. Un par de criaturas azules parecidas a grullas con alas rojas y verdes se miran, con los picos abiertos para emitir un graznido silencioso. En la página siguiente se ve un pavo real con aspecto extraño en forma de huida y cuatro aves parecidas a codornices de color lila que llevan en el pico unas hojas rojas en forma de corazón. Hay páginas tan llenas con vegetación dorada y extrañas figuras que se asoman en medio de los párrafos, márgenes o enunciados del texto, que casi da la impresión de que las palabras se hubieran añadido como una ocurrencia de último minuto.

Antes de que Johannes Gutenberg inventara la imprenta con tipos móviles alrededor del año 1440, sólo tenían acceso a los libros los nobles, los clérigos y algún que otro más, como los copistas, que tenían que saber leer y escribir para poder hacer su trabajo; además los libros tenían un alto costo. Los manuscritos se hacían a mano como su propio nombre indica manu en latín significa “mano”, mientras que scriptus es “escrito” y por encargo de algún mecenas, para reflejar su poder y estatus. Detrás de cada libro había cientos de horas de trabajo y cada ejemplar era completamente único, desde las pieles de los animales con que se hacían las hojas de pergamino hasta los pigmentos utilizados en las ilustraciones, pasando por las manos de los escribas que lo confeccionaban.

Para la producción de este proyecto creativo, el manuscrito llevó un largo proceso y horas de trabajo. Primeramente, los escribas habrían copiado el texto, teniendo mucho cuidado de dejar espacio para las imágenes, y luego los artistas habrían comenzado con su trabajo si el equipo que trabajó en este volumen fue lo suficientemente grande, seguramente una persona habría sido responsable única y exclusivamente de hacer las letras capitales, los títulos y los calderones en un tono particular de un tono anaranjado rojizo brillante.

El pigmento utilizado era el minio y la persona que trabajaba con él se conocía como el miniador y su trabajo, un vistoso título o símbolo sobre la página, como la miniatura (que es el origen de la palabra, que en su acepción original no significaba en absoluto pequeño). El minio se utilizó extensamente en la iluminación de manuscritos principalmente en los márgenes y en las letras capitulares durante la Edad Media y su uso sólo fue disminuyendo gradualmente, a medida que aumentó la disponibilidad del bermellón a partir del siglo XI, ya que era un tono más rojo con tintes naranjas.

Aunque el minio o rojo de plomo se encuentra como mineral natural no se utilizó como pigmento de forma directa. Lo que tradicionalmente se ha llamado minio es un pigmento mineral sintético que, tradicionalmente, se obtenía a partir de la calcinación del albayalde.

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