Pao Yu sueña. Tal vez es de noche; quizá, no.

Está en un jardín parecido al suyo. Le inquieta la semejanza. No protesta, sin embargo. Acuden a él sus doncellas, entre ellas Hsi-Yen y Pin-Erh. Tan iguales a Hsi-Yen, Pin Erh y el resto. Una de ellas, tal vez una de otro nombre, se admira y dice: “¡Ahí está Pao Yu! ¿Cómo hizo para llegar acá?”. Pao Yu se pregunta, a su vez, cómo es que le han reconocido. Aún así, explica: “Caminaba y por casualidad llegué hasta aquí. Andemos”. Las mujeres le contradicen: “Te confundimos con Pao Yu, nuestro amo. Eres menos gallardo que él”.

Queridas -dijo Pao Yu-, soy Pao Yu, su amo. Ellas rieron. Se fueron del jardín. Pao Yu subió, después, a su habitación. Allí vio a un joven acostado al que otras doncellas llamaban Pao Yu. El otro suspiraba. “¿Qué sueñas Pao Yu? ¿Estás afligido?”, le preguntaron. Tuve, respondió, un sueño muy raro. Soñé que estaba en el jardín y que ustedes no me reconocieron y me dejaron solo. Las seguí y me encontré con otro Pao Yu durmiendo (tal vez de noche, quizá no) en mi cama.

Al oír el diálogo, Pao Yu no pudo contenerse y exclamó: vine en busca de un Pao Yu; eres tú. El otro se levantó y gritó: “No era un sueño, tú eres Pao Yu”. Los dos temblaron. El soñado se fue y el otro dijo: “Vuelve pronto, Pao Yu”. Cuando despertó, el soñador escuchó preguntar a Hsi-Yen: “¿Qué sueñas Pao Yu? ¿Estas afligido?” Pao Yu respondió: “soñé que estaba en un jardín y que ustedes no me reconocieron…”

Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares soñaron años siglos después el relato del chino Tsao Hsue-Kin incluido en “Sueño del aposento rojo”. Lo compilaron, amistosamente, en “Antología de la literatura fantástica”. Un lector, tal vez de noche (quizá no), soñó que leyó ese cuento de Hsue-Kin en el que Pao Yu -uno de los dos- se encontraba con Pao Yu.

Luego, el soñador hurgó en otro jardín -quizá una biblioteca parecida a la suya- y, en el mismo sueño, halló “Libros secretos”, de Jacobo Siruela. Suspiraba. Leía: “En la cultura tradicional de la India no existe diferencia sustancial entre dormir, soñar o estar despierto, porque cada uno de estos procesos mentales se encuentra sometido por igual al dominio de Maya, la ilusión, que no tiene principio”.

Lo que para nosotros -decía el texto, según el soñador- es real, en el plano divino es puro sueño. Un sueño que integra a cada uno de los seres y cosas de este universo viviente. Y como todo es incognoscible, los pensadores indios acudieron a las metáforas poéticas para definir el mundo de apariencias en el cual vivimos.

El durmiente -según el soñado texto- no se desvanece; cae en un acto creador. Tal estado se compara con el plano cósmico antes de la manifestación. Al soñar se adentra en la esfera de los dioses, de los demonios y los cuerpos sutiles. El alma es la morada, refugio y campo de acción. Allí, la gran divinidad Vishnú sueña el devenir de todo el cosmos en el que participan soñando todos los seres que toman parte en este universo soñado.

El soñador de aquella noche -tal vez mañana- se dio cuenta, a tiempo, que todo sueño demanda un despertar: la contraposición. Todo empieza; todo termina. Lo que nace ha de morir. Entonces, la danza de Shiva descompone el poder ilusorio de Maya en un acto que simboliza la iluminación. Hace que toda la existencia se extinga y nazca de nuevo, permitiendo así la regeneración de todos los mundos existentes.

El soñador de este relato, otra forma de Pao Yu, releyó -es decir, leyó por primera vez- a Ibn Arabí: tú mismo eres imaginación: todo lo que percibes, o aquello que dices “esto no soy yo” también es imaginación; pues el mundo existente es imaginación dentro de la imaginación.

Ya casi en la vigilia, el soñador escuchó una frase de Lewis Carroll: “Eres una figura de un sueño; si terminara te apagarías como una vela”.

No recodó nada después. Acaso un poema.

Google News