Un verso de Rilke exclama: “Rosa, libro entreabierto, que contiene tantas páginas”.

De tantas y tantas, una. Y fechada. Diciembre de 1956.

En la final del All-Around de la gimnasia artística de los Juegos Olímpicos de Melbourne se juntan y se enfrentan dos aromas: la resistencia femenina y las astillas de la Historia.

Ágnes Keleti y Larisa Latynina, favoritas para ganar el oro, son metáforas y dulces vocablos de un siglo atroz en el que las mujeres darían el gran salto sobre las barras asimétricas de la igualdad.

Keleti nació en Budapest en 1921, tres años después de la disgregación del Imperio Austrohúngaro que permitió la creación de la República Popular de Hungría. Cuando tenía 12 años ya era una promisión para la gimnasia olímpica femenil, disciplina que se estrenaría en el programa de verano hasta 1952. En 1933 su vida se quebró sin que ella pudiera sospecharlo. El partido Nacionalsocialista llegó al poder en Alemania. Los judíos europeos como Ágnes sufrirían —tarde o temprano— los embates del antisemitismo del Reich.

Todavía en 1937 logró convertirse en la campeona más joven de Hungría. Dos años después estalló la Segunda Guerra Mundial con la invasión alemana a Polonia.

En 1941, Keleti fue expulsada del club en el que estaba inscrita por ser asquenazí. Meses después, ella y su familia sufrieron la persecución de las SS de Hitler.

Ágnes vivió las atrocidades del ejército de Stalin durante su paso por tierras húngaras mientras se encaminaban a la liberación de Berlín. Después de la rendición alemana —en mayo del 45— volvió a los entrenamientos para participar en el torneo de gimnasia de los Juegos de Helsinki 52, en los que ganaría dos medallas de oro.

Toda rosa —dice Rilke— es hermana y confidente de una sobreviviente.

Larisa Latynina tenía siete años cuando se puso en marcha la Operación Barbarroja, nombre de la misión nazi para invadir a la URSS en 1941. Larisa nació en 1934 en Jersón, la misma ciudad de Ucrania que hoy es un pueblo fantasma tras la invasión rusa de Vladimir Putin.

Como a miles de mujeres, le tocó ver las barbaridades alemanas en su camino a Moscú y de las soviéticas en su ruta a Berlín. Larisa creció en las orillas del Mar Negro y después de 1945 aquella región formó parte de la República Soviética de Ucrania. En un parpadeo de la historia, Latynina formaría parte del equipo de gimnasia de la URSS, que debutó en Helsinki y en la que obtendría el oro.

La rosa de Rilke admira su imagen en su propio espejo.

Ágnes Keleti y Larisa Latynina se transfiguraron en aquel 56.

En el año de los pétalos y las espinas la ucraniana-soviética venció en la final del All- Around a la húngara judía, quien falló dramáticamente su ejercicio en el salto al caballo. En aquella página del olimpismo se juntaron y se separaron dos tallos de una misma página.

Keleti pasaría a la historia como la máxima ganadora de trofeos olímpicos de raza judía, con 10 medallas; cinco de ellas de oro. Latynina en la mujer con más preseas doradas de todas las que han competido en los Juegos: nueve (18 totales; también récord).

Keleti decidió no volver a Hungría después de los Juegos de 1956. Tiene 103 años y radica en Budapest desde 2015. Es la medallista olímpica con más edad y aún puede ver competencias de gimnasia sin anteojos. Latynina asumió la nacionalidad rusa. Vive en Moscú y defiende a ultranza al ejército ruso que intenta ocupar a su Ucrania natal.

“¡Rosa que encuadra el texto de las cosas!”, exclama Rilke.


Twitter: @LudensMauricio

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