“No amanecerá un día en que no se mencione el nombre de Safo, la poeta lírica”, dice una predicción de la “Antología palatina”. Estrabón aseguró que no conocía a ninguna mujer que se le acercara siquiera como poeta. Un epigrama atribuido a Platón saluda a Safo como “la décima musa”. Y Ted Giogia, en su espléndida obra “Canciones de amor” (editorial Turner), asegura que si la poeta mélica resucitara hoy, “bien podría cambiar su lira por una guitarra y difundiría su mensaje como una cantautora al estilo de Patti Smith”.

Como sostiene Stuart Kelly, en “La biblioteca de los libros perdidos”, ninguna de las obras de Safo ha llegado completa al presente. De los nueve volúmenes que se le atribuyen, quizá los fragmentos sobrevivientes alcancen para realizar un hilo no muy largo en Twitter. Aún así, la poeta de Lesbos sigue siendo ejemplo para expresar sentimientos románticos en forma de canción con tanta frescura como en la Grecia clásica.

Casi todo en ella —de ahí su delicioso encanto— es misterio. Su nacimiento y muerte se aproximan al séptimo y sexto siglos antes de Cristo. Tampoco quedan claras sus influencias y la métrica de sus versos. En lo que casi todos los estudiosos coinciden es que fue una visionaria. Barbara Johnson —de la Universidad de Harvard— la eligió como la primera gran poeta amorosa. Dice Giogia que “ella es, de hecho, una figura importante no solamente en la historia de la canción de amor, sino en la historia del amor mismo”.

En “Canciones de amor”, Giogia la llama cantautora: “su música era ejecutada al son de una lira de ahí el origen del término poesía lírica, categoría aplicada más tarde a los poemas hablados pero que inicialmente aludía a las canciones”. Otros llaman a las obras de Safo como mélicas. Melos en griego significa melodía. También se asocia a una extremidad del cuerpo que se mueve al ritmo de una danza. De ahí que se sospeche que la poeta componía sus canciones durante rituales bailables y en escenarios ceremoniales en los que participaban grupos de mujeres jóvenes. Lo mismo sucedía, antes de que Safo naciera, en rituales atléticos durante las festividades de verano. Antes de que los Juegos Olímpicos fueran convertidos en reuniones de hombres, doncellas practicaban ejercicios físicos en honor a Hera o Atenea.

La poesía amorosa de Safo, dice Giogia, intentaba convertir a las jóvenes que tenía a su cargo en personas adultas y desenvueltas. Tanto así que algunos, sin mucha exageración, la han visto como una especie de maestra de escuela.

La relevancia de los poemas amorosos de Safo radica en que pudo convertir sus cualidades personales en expresiones líricas y públicas. Los estudiosos hacen notar que sus versos pudieron ser puntos de inflexión en el desarrollo de la canción occidental que hoy escuchamos en la radio y en los playlist personales. Romance entre emoción y erotismo; entre símbolo y metáfora. Voluntad que apuntaba al ordenamiento armónico del universo.

Y algo más terrenal: belleza y deseo. Juego de fertilidad y muerte; vida y ceremonia. Cielo que cela: “El amor —escribe Safo— sacudió mis sentidos, como el viento se estrella contra la montaña”.

Y un verso que pudo ser escrito para un estreno de Spotify:

Me parece que comparte la suerte de los dioses, quien se siente a tu lado y cerca…

mi lengua está rota. Un delicado fuego corre bajo mi piel, mis ojos ya no ven nada.

Los griegos posteriores a Safo tenían un refrán popular: la locura y la batalla son los dados de Eros.

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