Recientemente, Jorge Castañeda, quien fuera secretario de Relaciones Exteriores durante el sexenio de Vicente Fox, en un programa de televisión conducido por Leo Zuckerman, en el que participaron Héctor Aguilar Camín y Javier Tello, sugirió: “guerra sucia, pero sucia en serio” contra Claudia Sheinbaum. “No es que yo recomiende que lo hagan, yo no tengo vela en el entierro, me da enteramente lo mismo lo que hagan o no, pero me parece lógico. El manual ahorita es ‘Go Negative’ con Claudia, no con López Obrador, o también con López Obrador, pero ya con ella, investigación de oposición, con chismes y todo”.

Desde el gobierno de Carlos Salinas, los intelectuales se alinearon sin escrúpulos a un régimen de privilegios, convirtiéndose en su ideólogos. Sus “saberes” se pusieron a disposición de una élite política y económica.

Aunque durante algún tiempo se enmascararon de “neutralidad”, a partir del 2000 tomaron partido. Particularmente, en 2006 confirmaron su postura al avalar el “triunfo” de Felipe Calderón en una elección cuestionada.

Opinócratas e “intelectuales” proclaman ahora que “la verdad ya es irrelevante”, como afirmó el periodista Raymundo Riva Palacio. Pero, si la verdad dejó de tener sentido como búsqueda colectiva del bien común, de la apuesta por la justicia y la construcción de una democracia abierta a lo desemejante, ¿qué nos queda como sociedad?

Hoy, la crisis ética de los intelectuales toma un rumbo preocupante. La necesidad de una conciencia política y ética tendrían que ser insobornables. Sin embargo, todo apunta que en este momento estos personajes sólo apuestan por la defensa de sus privilegios.

Los intelectuales hacen eco de la declaración que hiciera Felipe Calderón en el marco de un encuentro secreto, celebrado con empresarios alemanes el 14 de diciembre de 2005, en el hotel Camino Real de Polanco en la Ciudad de México, a pocos meses de iniciar la contienda por la Presidencia de la República en 2006, cuando manifestó: “Napoleón decía que las guerras se ganan con tres cosas: dinero, dinero y dinero” ().

Personajes como Jorge Castañeda, Héctor Aguilar Camín, Enrique Krauze y otros, pasaron por alto que el papel del intelectual se debe a la verdad, la justicia y la libertad de la sociedad. Quizá, esa sea la razón por la que perdieron la confianza de la mayoría de la gente.

En este momento, la palabra de los intelectuales tendría que impulsar una narrativa encaminada al anudamiento de la vida colectiva. Una postura digna consistiría en poner las bases para la edificación de una comunidad solidaria y empática.

El intelectual al servicio de una élite constituye una falsedad, una contradicción de términos. Incluso, la denominación de “intelectuales de izquierda o derecha”, remite a una perversa simplificación de los contrarios. Los intelectuales –si realmente lo son–, no se enfrentan en dos campos opuestos, defienden siempre la justicia y la libertad. Principios democráticos que nunca pueden estar en posiciones separadas.

Doctorada en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Posdoctorada por la Universidad de Yale

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