Tercera llamada y comenzamos. En el teatro de lo absurdo en que se ha convertido la política mexicana, finalmente se ha levantado el telón para iniciar formalmente la representación de la obra con dos actos que muestran la calidad de lo que serán las campañas: un abrazo esquivo y una firma con sangre.

Así, en un torbellino de campañas, intercampañas y cualquier otro prefijo vinculado a la palabra “campaña”, hemos navegado hasta llegar al punto actual: las campañas sin prefijos, desnudas en su ambición y reveladoras en su esencia.

¿Y cómo se despliega este acto? Cada candidato, como buen actor en este escenario, ha comenzado a declamar su monólogo inicial, delineando el tono de su personaje para el resto de la función. Claudia Sheinbaum, la favorita en las encuestas, avanza con una narrativa de continuidad, promete un metafórico segundo piso a la Cuarta Transformación. Su estrategia parece ser la del boxeador campeón: mantenerse en pie, esquivar golpes, preservar la ventaja sin necesidad de atacar.

En contraparte, Xóchitl Gálvez, con la extravagancia de una comediante del canal de las estrellas, ha optado por una campaña que bordea el límite de lo ridículo. Desde el municipio más violento de México, en Zacatecas, proclama el fin del miedo y la violencia y en un acto irónico, para comprometerse a no quitar los programas sociales, firma con su propia sangre. Este gesto, más cercano a un ritual satánico que a una promesa electoral, intenta capturar la atención en una época donde algunos gurús digitales creen que los likes compiten con los votos, pero recordemos que confundir ambos puede ser el acto más cómico de todos.

Mientras tanto, Movimiento Ciudadano con Jorge Álvarez Máynez intenta escribir una nueva narrativa con un arranque discreto, prometiendo una política rejuvenecida, aunque sin ofrecer nada sustancial ni diferente.

Y mientras el escenario nacional se llena de actores ansiosos por recitar sus líneas, el drama local no se queda atrás. En San Juan del Río, los candidatos al senado por Morena prometen arrebatar el estado a los conservadores; mientras que, en Querétaro, el discurso de “ni fifí, ni chairo, queretano” que portaba Agustín Dorantes en una playera, según se dejó ver en redes sociales, intenta pintar un cuadro de unidad en un lienzo claramente dividido. Este mensaje supremacista queretano, más que un llamado a la inclusión parece un guiño a la división, un recordatorio de que, en política, el arte de la guerra suele disfrazarse de paz.

Y así, con la promesa de que “este acto será diferente”, los ciudadanos asistimos al teatro de lo predecible, donde las sorpresas son pocas, los actores muchos y el final, aunque anunciado, siempre deja un sabor agridulce en la boca.

Periodista y sociólogo. @viloja

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