Desde la antigüedad hemos descubierto que el color proviene de los lugares más insospechados, el color se pueden obtener de minerales, de animales pero sobre todo de plantas y vegetales. La orchilla (Roccella canariensis), también conocido como urchilla, orcina y orceína, es un liquen, los líquenes son organismos formados por hongos y algas bastante comunes en barrancos y acantilados costeros de nuestras islas. La mayoría de la gente reconoce un liquen cuando lo ve creciendo sobre un ladrillo o en la corteza de un árbol, pero son pocos los que se fijan demasiado. Si se analizan más de cerca, los líquenes resultan más misteriosos. No se trata de un único organismo; de hecho, son dos, por lo general un alga y un hongo, que viven en una simbiosis tan estrecha que hace falta un microscopio para distinguir la una del otro. Estos líquenes contienen sustancias con propiedades tintóreas, como el ácido lecanórico y la eritrina, capaces de teñir fibras de origen animal (seda, lana), pero no las de procedencia vegetal (algodón). Para obtener el tinte, es necesario tratar la orchilla con amoniaco, que antiguamente se conseguía a partir de orina de los animales locales, una operación que los tintoreros solían ocultar a sus clientes.

Se pueden utilizar varios líquenes para fabricar el tinte. Los primeros fabricantes holandeses de tintes de la era moderna producían uno llamado Lac o Tornasol, que vendían en una especie de pastelitos de color azul oscuro. (Los líquenes son muy sensibles a las variaciones en el pH y los médicos podían moler varias especies y usarlas para comprobar la acidez de la orina de un paciente, que es de donde viene la expresión «prueba de tornasol o de acidez»). El que más se usa para el orchilla es el Rocella tinctoria. Visto pegado a una roca, este liquen no parece gran cosa. Como la mayoría de los líquenes de los que se obtiene el tinte orchilla, es de un desagradable color gris o verdoso y crece en pequeños macizos que recuerdan a unas algas pálidas. Los líquenes como este crecen en muchos sitios, incluidas las Islas Canarias y las de Cabo Verde, Escocia y varios lugares en África, Levante y Sudamérica.

El oficio de orchillero de las Islas Canarias era muy peligroso, ya que debía colgarse de riscos y acantilados para alcanzar las mejores colonias de líquenes, y muchos lo pagaron con la muerte. Toda la orchilla recolectada usualmente era pagada por la cantidad y no por las horas que se invertía para adquirir el liquen de mejor calidad. Se facilitaba a los orchilleros cuerdas, sacos y las herramientas necesarias para su recolección. Antes de exportarla a los mercados españoles y europeos, se limpiaba de restos vegetales con los que solía falsificarse para aumentar el peso, una labor que se reservaba a las mujeres. En los momentos de mayor producción llegaron a exportarse unas 75 toneladas anuales, y un tercio de los beneficios iba a parar a la Real Hacienda que era la institución que los Reyes Católicos (Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón) administraban. El secreto de la producción de orchilla parecía haberse perdido para siempre en Occidente hasta que en el siglo XIV un mercader italiano llamado Federigo viajó a Levante y descubrió las propiedades de los líquenes locales como material de tinte.

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